Desarme y no proliferación en el siglo XXI. ¿Hacia una nueva carrera nuclear?

Ignacio Cartagena Núñez, Cónsul General de España en Edimburgo y antiguo colegial, interviene en el Ciclo de Política Internacional

“Es un honor volver al Colegio Mayor. El San Pablo fue para mí una escuela de libertad, la que más me marcó durante mi formación. Recuerdo de aquellos años las palabras de Javier López-Galiacho, el que fuera director durante mi etapa en el Mayor, quien nos instruía diciéndonos como el perfecto colegial era aquel que a las siete de la tarde se ponía la chaqueta y bajaba a lo que sea. Venir en febrero a una cena como esta es un acto de bonhomía y curiosidad intelectual. Yo llegué al tema del desarme por casualidad, cuando en 2011 me ofrecieron ir Ginebra. Allí llegué a un paraíso de la diplomacia, al Palais de Nations, un edificio del periodo de entreguerras que había sido sede de la Sociedad de Naciones. Para mi sorpresa me encontré que la Conferencia de Desarme, a la que yo iba destinado, llevaba dieciocho años parada sin ni siquiera aprobar su programa de trabajo. Esto me causó tal sensación que comencé a investigar sobre las causas de esta parálisis. Más tarde, de vuelta en Madrid, ocuparía la Subdirección General de No Proliferación y Desarme. 

Por desarme entendemos la reducción de los arsenales, tanto de armas convencionales como de destrucción masiva. Por su parte, la no proliferación sería la no adquisición de más armas. La relación entre ambos es una cuestión de credibilidad. Esto se plasma en el régimen de no proliferación, una suerte de código internacional que hace predecible el comportamiento de los Estados, o al menos de la enorme mayoría de ellos, sobre la base de unos hechos normativos concretos como son los tratados o las declaraciones. El elemento fundamental de este régimen es el Tratado de No Proliferación Nuclear, entrado en vigor en 1970. En esencia, en su articulado, se consagra a las cinco potencias que habían realizado ensayos antes de la fecha de entrada en vigor del tratado como potencias nucleares, a la par que se les insta a no transferir esta tecnología a terceros, además se prohíbe adquirir el arma nuclear a los países no poseedores y se establece el derecho al desarrollo pacífico de la energía nuclear. A este tratado se unen la Convención sobre Armas Biológicas y Toxínicas de 1972, y la Convención sobre Armas Químicas de 1995. Ambas prohíben de manera categórica estos tipos de armas, estableciendo además la segunda un mecanismo de verificación de cumplimiento del que carece la primera. A estos tres textos principales se unen otros instrumentos tales como convenios multilaterales sobre zonas libres de armas nucleares, resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, régimen de control de exportaciones, etcétera.  

Entonces, ¿por qué está paralizada la Conferencia de Desarme? La razón de fondo radica en un cierto desfase entre este régimen de no proliferación, diseñado en el contexto bipolar propio del mundo post Segunda Guerra Mundial, y la realidad de nuestro tiempo, marcada por la multipolaridad, los avances tecnológicos y la complejidad creciente. La Conferencia de Desarme es un órgano negociador integrado por 65 estados miembros y que adopta sus decisiones de acuerdo a una férrea noción del consenso, lo que desde 1996 la mantiene bloqueada por la existencia de agendas políticas divergentes y conflictos regionales enquistados. 

La parálisis negociadora y la falta de avances en la agenda del desarme ha desembocado en la búsqueda de caminos alternativos, en particular en el ámbito del control de armas convencionales. Se han adoptado “convenciones de estados afines”, como la convención de prohibición de las minas antipersona o la convención de municiones en racimo. En 2017 este modelo se traspone al ámbito de las armas de destrucción masiva, con la adopción en Nueva York el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Nucleares, que hasta la fecha no ha sido firmado ni ratificado por ningún estado poseedor del arma nuclear.   El texto entrará en vigor tras la ratificación del quincuagésimo estado, si bien la citada ausencia de los estados poseedores y la ausencia de un mecanismo de verificación  ponen en tela de juicio el efecto práctico de este instrumento, al menos a los efectos del desarme nuclear. 

En el coloquio intervinieron Emilio Sánchez, Carlos Pascual, Alfonso Pérez o Fernando Bugallo, quien en su condición de opositor a la carrera diplomática preguntó por el interés real de los estados en la desaparición del arma nuclear. Juan Carlos Fouz, vicepresidente del Foro Mayor, aportó su visión sobre el papel de la sociedad civil en relación a los temas de desarme y gobernanza; mientras que Enrique Cortés planteó si el arma nuclear no puede considerarse en términos estratégicos como una ventaja competitiva en las relaciones internacionales. Cambiando de tercio, Javier López-Galiacho recordó a Ramón Armengod -también antiguo colegial y destacado diplomático-, hoy ya fallecido. En la cena también participaron, entre otros, César Corcho, Vicente Pérez Payá, Moisés Martínez y Alfonso de Zulueta y Sánchiz, desarrollando en conjunto un debate muy interesante. 

Cerraron la velada las palabras de Andrés Contreras, Presidente del Foro Mayor, y de David Rojo, coordinador del Ciclo de Política Internacional, agradeciendo al ponente su participación en esta actividad, muestra brillante de su espíritu paulino.