ENCUENTROS PAULINOS

Entrevista con José María Fibla Foix

Por Aitor y Xabier Errasti Martínez de Antoñana

Desde el inicio de estos encuentros, casi desde la concepción de la idea, allá por 2015, el pintor José María Fibla estaba entre las personas a las que deseábamos dar voz y presencia. Un pintor paulino, un artista, era un invitado obligado y deseado. Por distintas razones no fue hasta bien entrado 2023 cuando contactamos con él. La ocasión nos la brindó la presentación, en el Colegio Mayor, del libro “Teatro Revolucionario. Historia del Teatro Español Universitario (TEU) en un Colegio Mayor”, cuyos autores son el Director Adjunto del Colegio mayor San Pablo, José Manuel Varela, el propio Fibla y el también paulino Baltasar Magro. Fue en esa mis-ma presentación cuando vimos el camino despejado y pedimos a José Manuel que nos pusiera en contacto con José María.
En el primer contacto, Fibla se muestra dispuesto y profesional. Es meticuloso. Se palpa que le gusta hacer las cosas bien. Nos remite una carta formal en respuesta a nuestro mail informal. Convenimos acordar fecha para un encuentro en Benicarló o en Madrid y, de nuevo, problemas logísticos lo van demorando.
Así que antes de poder concretar el encuentro físico, nos acercamos a sus vivencias en el Colegio a través de lo que nos va contando en el libro. Leyendo sus páginas descubrimos que José María Fibla no solo es pintor, también es escritor y docente, y fue director y actor de teatro en sus años de colegial. En sus páginas desvela que estudió el Bachillera-to en el Colegio La Salle Bonanova de Barcelona, entró en el Colegio Mayor de San Pablo en otoño de 1959 y sus raíces siempre estuvieron en Benicarló; que fue colegial del San Pablo gracias al escritor, amigo de su padre, y catedrático de Estructura Eco-nómica en la Universidad Central José Luis Sampedro, quien se lo recomendó y les ayudó en la gestión.
Pone también de relieve la fecunda riqueza que suponía contactar con colegiales que venían de distintas geografías. Pronto entabló afinidades con otros estudiantes apasionados por el teatro y por la escritura, destacando que fue una verdadera suerte que en el Colegio “hubiera un teatro, un grupo de colegiales jóvenes que queríamos hacer teatro y las facilidades que nos brindaba nuestro nuevo y flamante director, Jacobo Cano Sánchez, que veía con claridad lo formativo de dicha actividad”.
Resulta realmente interesante leer el libro para hacernos una idea de las importantes y, en ocasiones, comprometidas obras que se representaron, de cómo se constituyó el TEU y las personas que participaron, algunos con relevante posición posterior en el mundo de la escena, del periodismo y del arte. La cantera de buenos actores universitarios de aquella época fue notable, hasta el punto de que el teatro del Colegio Mayor llegó a ser un referente cultural en la Universidad.
Mención aparte merece su confesión sobre cómo tuvo que abandonar su “iniciática y secreta trayectoria en el teatro profesional”, al aplicarle el director, con cierta nocturnidad y alevosía, la sensata receta de un simple chantaje. Y lo dice con cariñosa ironía, a sabiendas de que forzó una decisión que cambió su vida.
Sin duda llama la atención cómo destacaba en las artes plásticas, pues ya entonces era merecedor de premios en concursos, no sólo de pintura, dibujo y carteles, sino también de christmas, de cuentos, y hasta de programas ilustrados. Compaginándolo con sus estudios de Derecho, pero sin excesiva vocación jurídica, nos dice que él pintaba y pintaba, y pronto se organizó en el Colegio una exposición de su obra, comenzaron las ventas y le fichó la entonces puntera galería Neblí de la calle Serrano.
Con esta personalidad polifacética, y nunca desvinculado del Colegio, no es de extrañar que en el año 1977 se creara en el Colegio la Sala Fibla.
El libro “Teatro Revolucionario”, cuya lectura recomendamos, nos descubre estas y otras muchas curiosidades y anécdotas en un relato amable, ordenado y pasional, de indudable interés para los colegiales del Mayor y para quienes, como él, vivimos de cerca el Colegio y participamos en actividades de todo tipo junto a nuestros hermanos paulinos.
Finalmente tenemos el honor de ser invitados a su estudio de la calle Arturo Soria, en Madrid. La ciudad y su tráfico es un caos, lo que hace que lleguemos al estudio con casi una hora de retraso y el alma encogida por nuestra impuntualidad. Pero José María nos demuestra que, además de dispuesto, es un caballero paciente. Con gran amabilidad nos recibe en la calle y nos acompaña a su estudio.
Lo que pensábamos que sería un lugar de creación y el almacén para sus obras, fue en realidad la casa familiar. Se trata de dos bajos unidos con techos altísimos, que un buen amigo arquitecto paulino, J. A. Molina Serrano, ayudado por las reflexiones previas de otros dos amigos paulinos y arquitectos, Joseba Aramburu Ayestarán y Luis Burillo Lafarga, los convirtió también en vivienda hace décadas, ganando un segundo piso. El resultado es la casa estudio de un artista, no cabe duda. Las habitaciones son pequeños apartamentos, cada uno con su baño y cocina, para que sus hijos aprendieran a ser in-dependientes desde pequeños, nos dice. En las zonas comunes destaca un magnífico y acogedor salón donde, en torno a una mesa redonda con camilla, iniciamos la conversación. Pronto nos sentimos envueltos por un agradable calor que surge de debajo de la mesa, “lo mejor de la casa, mi brasero” presume José María, con confianza y felicidad en el rostro.

Recuerdo del encuentro mantenido entre José María Fibla y los hermanos Errasti.

Casa-estudio de José María Fibla.

Las primeras preguntas giran en torno al San Pablo y queda clara su vocación por la excelencia. Cierra los ojos. Pretende recordarlo todo. Quiere imaginarse allí de nuevo, 60 años después, para que su respuesta sea lo más real posible. Su mente lúcida comienza a compartir datos, nombres de compañeros y amigos entrañables, y fechas. Nos deja claro que él accede gustoso a este encuentro, y que su objetivo es intentar ayudar a quien lo lea. En especial quiere aportarnos algo que sea de utilidad a los antiguos y a los nuevos colegiales.

Creo que el Colegio Mayor San Pablo comenzó a ser importante para mí de inmediato, puede que desde el mismo momento en que pasé de forma satisfactoria la primera prueba de las novatadas.

En el San Pablo tuve oportunidad de coincidir con personas diferentes, con trayectorias vitales, familiares y educativas diversas, donde todos podíamos aprender de todos. Era un crisol. Una oportunidad nada desdeñable para un grupo de afortunados universitarios, aprendices, al fin y al cabo. Pues eso éramos entonces quienes estábamos desembarcando en su orilla por vez primera.

Del internado lasaliano en Barcelona pasé a residir en un Colegio Mayor de Madrid. Y la diferencia más notable fue desembarcar, física y mentalmente, a 500 kilómetros de mis raíces mediterráneas. Toda una distancia en muchos aspectos, especialmente en aquellos años cincuenta.

Al emprender este viaje al San Pablo, nunca sentí que estuviese desertando de nada ni de nadie. Aunque la acción de ir hacia algo nuevo, con voluntad e ilusión, quizá pueda considerarse como una huida de lo anterior. Este tipo de traslados vitales siempre significan una separación compleja que, como otros muchos trasvases que experimentamos en la vida, hay que aprender a gestionar. A pesar de ello, en mi caso y a la larga, este tipo de aparente huida terminaría resultando provisional. La vida, con su mágico componente de azar, así me lo iba a demostrar.

Sin habérmelo insinuado previamente, fue mi padre quien facilitó mi opción de estudiar en Madrid. Confieso que aún ando revisando viejas pistas para verificar mi pertinaz sospecha de que lo tuvo bien planeado. Lo cierto, y el dato no es baladí, es que él estuvo estudiando en Madrid, de joven, durante un breve periodo de tiempo. Y sé que siempre mantuvo vivas aquellas vivencias.

Mi nexo sensible con Madrid se produjo en un viaje de negocios de mi padre. Quiso que lo acompañase cuando yo todavía andaba estudiando el bachillerato en Barcelona. Y para colmo de lo que serían mis futuras complicaciones escénicas, me llevó a ver teatro. No es difícil entender, a toro pasado, por qué quedé cautivado enseguida por Madrid y por sus posibilidades latentes.

Ahora, cuando pienso en las experiencias que tuve desde mi llegada a Madrid, en todos los proyectos interesantes en que participé a lo largo de décadas y, sobre todo, en las personas con quienes aprendí y colaboré, llego a la conclusión de que, especialmente durante mi etapa paulina, viví unos años prodigiosos.

En aquel ámbito de libertad intuí que rápida y fácilmente iba a encajarme en lo que pronto iba a ser mi tiempo y lugar. Bien pensado, no deja de ser curiosa esa predisposición natural que todos albergamos ante la mínima posibilidad de llegar a sentirnos “bien hospedados” en un período y en un espacio determinados. Como si dicha propensión fuese un bagaje genético que los estudiantes universitarios trajéramos, desde nuestras desiguales raíces de origen, cosido en nuestra piel.

No dudo de que aquellas experiencias pueden modelar en gran manera la estructura del carácter, tal como algunas disciplinas académicas modelan nuestra personal manera de aplicar las metodologías aprendidas en las aulas universitarias a las más variadas cuestiones de la vida. Aquellas primeras vivencias paulinas configuraron, sin duda, mi ánimo para lo que acontecería después.

Las épocas vividas en un Colegio Mayor Universitario son trascendentes para quienes tienen la fortuna de poder experimentarlas.  Y cualquiera puede constatar que un Colegio Mayor como el San Pablo sigue ofreciendo actualmente unas posibilidades formidables.

Por todo ello, en prueba de mi afección por el aspecto formativo de ese tiempo compartido entre sus muros, y desde la distancia generacional que me arrogo por mi edad, me atrevería a sugerir al equipo directivo, como mera hipótesis de trabajo, que considere la idea de propiciar un hábito complementario a otras prácticas valiosas que nunca han dejado de operar en el San Pablo.

Mi sugerencia, amén de sincera, es bastante simple. Se trataría de invitar a los futuros colegiales a que procuren escribir un Diario personal de su vida en el Mayor, donde consignen sus impresiones, sus experiencias cotidianas, sus expectativas colegiales y sus más valiosas nostalgias.

Se me puede preguntar por qué razón defiendo, en nuestra época actual, en un tiempo de vivencias tan veloces, el uso de este instrumento expresivo que parece tan pausado y tan a contracorriente. La respuesta es sencilla: lo hago para poder compartir.

He procurado, aunque sin abusar de ello en exceso, escribir negro sobre blanco durante casi toda la vida. Este hábito, convertido en una saludable rutina, permite reflexionar sobre lo que hacemos, sobre aquellas decisiones que tomamos o dejamos de tomar. Esta mera práctica termina ralentizando los accidentes anímicos que produce la velocidad emocional a la que nos someten los días actuales. Así lo han hecho muchos de los mejores maestros.

Yo diría que el Diario personal termina siendo una parte notable de la propia memoria cultivada. La memoria cultivada es cultura, y el Diario puede llegar a ser también una excelente “pieza de encaje testimonial” en la memoria histórica del Colegio Mayor.

En todo este menester suele transitar, medio agazapado, algo que parece pequeño, pero que es crucial. Si se está atento a la propia relectura, esas mismas páginas manuscritas del Diario colaboran a que uno aprenda que toda actuación que llevamos a cabo de un modo significativo ha requerido de un acto previo. El cual, a su vez e inexorablemente, ha requerido de otro acto previo al anterior. Cultivar los actos previos es excelencia.

La escritura de un Diario personal suele activar un mecanismo de causa-efecto, una conexión que te hace consciente de algo evidente: saber de dónde vienes, por dónde andas y a dónde quieres ir.

El Diario personal es un amigo que apenas engaña. Y, si engaña, nos termina mostrando que es uno mismo quien se engaña. Lo cual es un avance extraordinario para cultivar algunos ajustes necesarios en la propia coherencia personal. Saber rectificar errores y cultivar los ajustes y los matices es cultura y supone excelencia.

El Diario personal, finalmente, como testigo alertador de nuestra personalidad entera y de nuestras circunstancias en el ámbito universitario, también es un primer tutor para el aprendizaje básico de la propia memoria personal y social.

José María Fibla en la habitación de Tercero Pares.

El cardiólogo Valentín Fuster destaca que hay cuatro T fundamentales en la vida: Tiempo para reflexionar, Tutoría, tener un referente, Talento para descubrir aquello para lo que sirves, y Transmitir positividad.

Talento y tiempo ha demostrado tener, su obra es un buen reflejo. Sin duda trasmite entusiasmo en el encuentro, y nos quedó claro, al leer el libro, que el director Jacobo Cano Sánchez ejerció de auténtico tutor y dio un giro a su vida. Quizás hoy es más difícil influir en el perfil de los colegiales y, desde luego, no funcionarían los chantajes. ¿Qué sugerirías para que aprendamos a dar valor a personas que nos pueden servir de referentes, de tutores?

Ante todo, celebro y comparto la sabia cita del doctor Valentín Fuster. Además, él salvó la vida a José Luis Sampedro en el hospital neoyorquino Mount Sinai, lo que dio pie a su maravillosa novela, La sonrisa etrusca.

Sin duda, sentirse tutelado proporciona estabilidad y una mayor seguridad. No resuelve las decisiones que uno mismo tiene que tomar, pero las hace más llevaderas y, al mismo tiempo, ayuda a valorarlas como auténticos proyectos.

Hay varias clases de tutorías, algunas de las cuales me gustaría considerar en esta reflexión: la tutoría de los padres, la de nuestros maestros formales y culturales, la de las propias obras autobiográficas que realizamos durante nuestras trayectorias laborales y la de aquellos amigos que se han ido convirtiendo en esenciales. Sin nombrarlos aquí expresamente, mis amigos referentes saben, perfectamente, que están en mi pensamiento y en estas agradecidas consideraciones.

Afortunadamente tuve a personas muy especiales interesadas por mí y por mi proyecto vital en momentos cruciales. José Luis Sampedro fue una de ellas. Recuerdo muy bien que los fines de semana, cuando me llevaba a su casa de Aravaca para almorzar en familia y pasar la tarde juntos, también me acompañaba a departir charlas con su vecino y amigo, el gran pintor valenciano Hernández Mompó. Era una forma sutil de valorar mi inclinación por la pintura. Para él, todas las facetas artísticas de expresión eran como agua de mayo con la que poder regar mi trayectoria vital universitaria.

A decir verdad, mi primera inmersión seria en la pintura la hice a los siete años de edad, guiado por un tío político, Don Juan García Calvo, que era pintor y profesor en Benicarló.

Fue igualmente prodigioso poder desarrollar mis incipientes aptitudes cuando estuve en el internado de Barcelona. Allí, como había que ocupar el tiempo libre de los fines de semana, los domingos por la mañana asistía a clases extraescolares de pintura y dibujo, que nos daba Don Manuel García Martín. Él me enseñó que, además del mundo de la plástica, existían infinidad de “matices” en todo tipo de expresión artística.

Más adelante, tras mis primeras exposiciones profesionales, pude gozar de la maestría y amistad del pintor cántabro Pancho Cossío. Y fue el gran poeta y crítico de arte José Hierro quien me desveló que la obra de mi admirado Cossío estaba abonada, a su vez, por una mirada y una sensibilidad anteriores a la suya en algo más de un siglo, la del inglés William Turner. Así lo publicó el propio Hierro en Nuevo Diario, Suplemento CCXIX, 25,11,1973:

“…Un arte visionario, elegante, íntimo, que acaso comienza en Turner, se transforma en Cossío, y tiene su futuro, la nueva mutación, en este delicado José María Fibla”.

 

Cualquier actuación vital que sea significativa requiere de un acto previo, y los que ahora menciono aquí fueron mis actos previos en la pintura. Nunca los he olvidado.

En el Colegio Mayor tuve como tutor, al comenzar mi licenciatura de Derecho, al paulino Fernando Schwartz, gran novelista, diplomático y extraordinario comunicador. Con él, con su ejemplo y mi admiración novel, me acerqué algo más a la escritura, hasta el punto de atreverme a escribir, con mi compañero paulino de promoción Paco Forteza, una obra teatral, Reka, compás en el vacío, cuyas sucesivas representaciones fueron un notable acontecimiento universitario.

Y qué puedo decir de Jacobo Cano, él “orientó” mi carrera e hizo que dejase el teatro profesional para dedicarme a estudiar Derecho y a desarrollar mi pintura.

La clave de bóveda en todo ese cambio fue que Jacobo me hizo sentir miedo. Quizá pueda creerse que dejé el teatro por miedo a defraudar a mi padre, como astutamente argumentó Jacobo para convencerme. Pero no, o no del todo. Con la perspectiva que me dan los años, estoy seguro de que el miedo me lo generó el propio Jacobo. Porque, en el fondo, Jacobo significaba poder conservar mi llave de entrada a todo ese mundo futuro que yo acariciaba, y que, a través de mis vivencias en el Mayor, ya empezaba a estar latente, aunque sin definir del todo. Un futuro en ciernes que, si me empeñaba en seguir con el teatro profesional, podía perderlo. Sí, efectivamente, Jacobo me chantajeó. Pero ahora, con el paso del tiempo, quiero creer que lo hizo por mi bien.

Aun así, no han sido pocas las veces que he pensado seriamente que mi padre pudo haber llegado a entender lo de mi vocación teatral; de hecho, él también había participado en su juventud, en Benicarló, con un grupo de aficionados, y poco antes de la Guerra Civil, en algunas obras de teatro, como “La sirena varada” de Alejandro Casona. No obstante, ha flotado una cierta sospecha en el ámbito familiar de que a mi padre le hubiera gustado que yo fuera notario.

De cualquier forma, la figura de mi padre ha sido, y es en mi memoria, muy importante, cardinal en mi vida. Nada nuevo bajo el sol, se dirá. Porque casi todos tenemos en nuestros padres a los primeros tutores globales. Con su ejemplo, su voz, sus gestos, su forma de gestionar los proyectos vitales, sus hábitos, sus ideas, sus sentencias, han condicionado nuestras primeras trayectorias, las más importantes, en las que, como en una horma primigenia, se han ido ajustando y delimitando casi todos los demás moldes en una pelea continua con la conquista de las libertades.

La infancia de mi padre no fue fácil, fue el hijo más joven entre varias hermanas mayores. Las matemáticas y la escritura se le dieron muy bien. Él añoraba la vocación periodística y admiraba mucho al periodista y escritor Gaziel.

¡La admiración! Qué importante resulta la admiración en el proceso formativo. Por lo general, sólo se suele admirar a quien hace bien lo que a uno le gustaría terminar haciendo. Lo cual, si bien se mira, resulta una actitud bastante elemental en la escala hacia la excelencia.

Sin duda alguna, mi padre fue mi primer tutor. Hoy creo que lo que yo hice entonces, con mi dedicación al TEU, era algo que también le hubiera gustado poder desarrollar a mi padre y que no pudo realizar, porque su propio padre, mi abuelo, murió siendo él muy joven. Tuvo que ocuparse del negocio familiar y abandonar sus otras aptitudes vocacionales, que las tuvo sin duda.

Así que, de algún modo, lo que yo hice en mi época universitaria, concediendo tanto valor al hecho teatral, pudo haberle llenado de orgullo. A decir verdad, creo que a los padres no se les acaba nunca de conocer del todo. Quizá porque en un momento determinado hayan podido llegar a convertirse, sobre todo durante nuestra niñez, en pequeños dioses. Conste que estoy hablando de mi época, en plena posguerra civil, cuando era muy notable el silencio ambiental sobre lo acontecido; entonces, lo que se aprendía de verdad era el silencio. Y el silencio te enseña a escuchar. Es una forma de estar atento sin remedio.

En plena juventud, mi padre tuvo que dirigir un negocio familiar siguiendo la trayectoria de mi abuelo paterno. Se hizo especialista en el tratamiento de la algarroba, un producto bastante desconocido hoy, que abunda en mi tierra mediterránea de secano, al igual que lo hacen los almendros y los olivos. De la algarroba se extraen alcohol, azúcar, es un sucedáneo del cacao, se usa para ciertos productos laxantes, para cervezas artesanales, forraje para el ganado, y su semilla, de gran impermeabilidad, es un excelente excipiente inocuo para los medicamentos. Y, al tener nula variabilidad en su masa, ha servido hasta de medida para pesar el oro.

Mi padre había estudiado Comercio en Barcelona, también en el colegio La Salle Bonanova. Fue Síndico de la Lonja de Valencia durante muchos años. Además de un gran padre, tuve la suerte de tener en su persona el ejemplo de un prestigioso profesional durante toda su trayectoria comercial. Y puedo decir que, en aquel periodo, y luego en mi etapa paulina, él ejerció cumplidamente de tutor en la distancia, a través de sus largas cartas que aún conservo como oro en paño, pues siguen destilando una consistente fragancia literaria.

Por mi parte, tras terminar la carrera de Derecho a mis veintidós años, y hasta que cumplí los cuarenta, seguí mi propio camino: pintura y docencia, sobre todo en la rama de la educación ambiental y en la integración de las artes. Cultivé mi independencia y mis aptitudes. Desarrollé, en suma, mi vocación interdisciplinar.

Como pintor profesional, realicé un centenar de exposiciones, en España y en el extranjero.

En el campo educativo, son muchos los hitos profesionales que ordenan mi trayectoria docente, pero algunos sintetizan, sin duda, los mejores momentos:

Trabajé como formador de formadores en centros educativos y en Universidades, tanto en área de la educación artística como en la de por aquel entonces iniciática Educación Ambiental en España.

Como investigador, diseñé el Proyecto IMAC (Interpretación del Medio Ambiente a través de la Creatividad). Me lo encargó la FLACA (Fundación Latino Americana de Ciencias Ambientales), proyecto que implementé en España y parte de América Latina. Fui coordinador de educación ambiental en el CIFCA (Centro Internacional de Formación en Ciencias Ambientales) y, desde allí, ejecuté y adecué el proyecto IMAC, sobre todo, en el ámbito latinoamericano.

El Proyecto IMAC trata de actuar en la educación ambiental desde un área transversal, la de la expresión, que es un aglutinador global de todas las demás disciplinas en la variada curricula lectiva de cada país. Mediante la expresión artística, teatral, musical y literaria, se estimula la imaginación, los sentidos y se adquiere conciencia de que es infinita la capacidad que tenemos de idear y de transformar las cosas. Y mucho más si la actividad se socializa.

Fue un reto a la creatividad que desarrollamos en varios países de Latinoamérica, formando grupos que operaban en seminarios de cada país. Recuerdo, de manera particular, las experiencias llevadas a cabo en Argentina, Nicaragua, Venezuela, Costa Rica, Cuba y Brasil.

También lo desarrollamos en algunas comunidades autónomas, y mostramos el diseño y los resultados en los Congresos Mundiales de INSEA-Unesco de Paris, Viena y Adelaida (Australia).

Otra experiencia importante para mí fue la participación, como miembro del Consejo Asesor, como profesor y tutor, en el Primer Master de Educación Ambiental que se puso en marcha en España, organizado por la UNED y la FUE (Fundación Universidad Empresa).

Así mismo, y promovido por La Fundación Ramón Areces y El Corte Inglés, se organizó entre las escuelas de la Comunidad de Madrid un Concurso de Becas sobre temas ambientales para los Centros de dicha Comunidad, “Investiga el entorno y exponlo”, en el que cada año trabajábamos con un lema diferente y que se ha llevado a cabo durante 24 años.

También fui coordinador de varias ediciones de Juvenalia en Madrid. Participé activamente y fui miembro del Comité Europeo de INSEA-Unesco.

Pero al cumplir los cuarenta años de edad, mis actividades profesionales, las que yo había elegido, tuvieron que ir cesando y, como ya sucedió con el teatro, esta vez la vida terminó llevándome de vuelta a mis raíces. Mi padre, ya viudo, padeció un ictus, sobrevivió siete años, pero con una notable discapacidad y tuve que sustituirle, encabezando la gestión de los negocios familiares.

No voy a entrar en detalle sobre lo que me tocó lidiar tras la huella que él nos terminó dejando, pero con el apoyo de unos excelentes asesores y la ayuda de mi hermana Elena en la gestión, con trabajo, dedicación y una adaptación progresiva y global a las nuevas circunstancias, hemos diversificado, mantenido y trasformado el patrimonio familiar.

Recientemente, por algún problema de salud y por mi edad, que ya comienza a ser respetable, transcurridos ya otros cuarenta años de trabajo, me he ido desvinculando de la gestión diaria y solo procuro participar en las decisiones estrictamente necesarias.

Y como es fácil suponer, desde que me sobrevino el obligado abandono profesional de mis cursos, exposiciones, etc., no he podido dejar de desarrollar, literal y vocacionalmente, mi quehacer social, docente y artístico con una serie de actividades de índole territorial más limitado.

De este modo, presido el patronato de la Fundación Compte Fibla en Benicarló y soy miembro de la Asociación Setrill, dedicada a la recuperación de la memoria histórica, que he presidido durante ocho años.  También participo en coloquios, representaciones, celebraciones populares, diseño ciclos culturales, escenografías teatrales y hasta pavimento urbano.

Landelino Lavilla impone a José María Fibla la medalla Colegial de Honor.

Hay disciplinas que con esfuerzo y perseverancia se pueden aprender, pero el arte requiere algo más, se necesitan unas habilidades innatas, una inclinación vital. Para nosotros hay duende en la creación artística. ¿Se puede explicar el proceso creativo?

Buena pregunta. Sobre todo, porque cuestiona el proceso mismo. Y, por tanto, volvemos a dar importancia a cualquier acción que preceda a toda otra acción de más enjundia. Algo que siempre ha sido esencial para el desarrollo, tanto de la vida en nuestro planeta, como en el avance cualitativo del pensamiento humano. Naturalmente, podemos especular ampliamente en las respuestas a dicha búsqueda, aunque no existe una respuesta científica unitaria.

Para acercarnos a la solución de la incógnita, comenzaré afirmando mis limitaciones: soy pintor, o, por lo menos, se me supone. Y, de alguna manera, todos los pintores tenemos las manos manchadas. ¿Por qué? Porque hacemos objetos. Y, la mayor parte de las veces, hacemos objetos inútiles, cosas que no se pueden comer, ni pueden vestirnos, ni se pueden cambiar fácilmente.

Pero sucede a veces que, al percibir la obra como espectadores activos, la mera expresión formal de esa inutilidad termina siendo útil o muy útil para nuestra especie. Esa utilidad de lo inútil la demuestran las mismas colas de gente ante las puertas de los grandes Museos, de Auditorios, de la Ópera. ¿A qué va la gente allí? ¿van a consumir el objeto, o quieren saber cómo está hecho? ¿da más “felicidad estética” contemplar el Guernica que saber cómo lo hizo Picasso? ¿cómo se encuentra el espectador después de haber experimentado el hecho artístico, la emoción estética? ¿Es mejor, es más feliz…?

Estaremos de acuerdo, igualmente, en que sin un proceso previo no hay resultado final. Es decir, sin un proceso creador, no hay objeto artístico que valga. Aunque, a veces, dicho “objeto” resulta ser el propio “proceso artístico” (las performances, el ballet, la Sinfonía, el teatro..).

Pero volvamos, si se me permite, al mecanismo que envuelve todo ese fenómeno artístico. Todo lo creativo tiene, al parecer, un punto de partida común que nos puede aproximar de alguna forma al secreto de lo creativo. En el fondo, se trata de encontrar puntos que puedan ser compatibles entre ellos y que, al mismo tiempo, procedan de estructuras de distinta naturaleza. Cuanto más improbable sea la posibilidad de que los puntos elegidos se relacionen adecuadamente, más creativa será considerada dicha acción.

Se dirá, quizá, que esta primera aproximación sirve tanto para los procedimientos científicos como para las obras de arte; aunque, naturalmente, luego habría que extenderse en el análisis de las taxonomías posibles nacidas de los criterios emanados de las distintas Academias, del Mercado, de la Modas, etc. El proceso creativo consistiría, entonces, en construir una unidad nueva partiendo de elementos de improbable maridaje por la simple lógica. El salto cualitativo que supone el resultado obtenido tras el proceso creativo vendría determinado por la cantidad de experiencias estéticas que se produzcan y que sean derivadas del resultado de dicho proceso.

Si la gran cuestión estribase en saber cómo y quiénes pueden disfrutar, consumir, enriquecerse, expresarse con los procesos creativos de nuestros respectivos entornos culturales, la única respuesta sensata en la que yo puedo creer es: ¡a través de la educación!

Así nació, precisamente, la idea de la Educación a través del Arte que propuso en su momento Herbert Read. De ahí, también, la necesidad de la formación formal o informal permanente.

Observando tu obra se percibe que es una expresión de sentimientos, en alguna medida perturbadora. Hemos leído que conociste a Oteiza. Él decía que, allí donde puso su corazón, lo perdió. ¿Qué relación tienes tú con tu obra?

Mi obra nunca me ha causado dolor. En absoluto. Todo lo que sea un simple trazo, el dibujo, la forma, el matiz tonal, no deja de ser un lenguaje, un modo de expresión, una riqueza. Hubo muchas críticas de mi obra que destacaban, precisamente, la alegría y la satisfacción vital que emanaban sin que yo hubiese sido del todo consciente de ello. Atesoro obras sobre cartón de mis primeras épocas, que ni se han expuesto en galerías, y cuya contemplación aún me sigue dando, a lo largo de los años, un gozo permanente. Son una parte muy querida de mi Diario Global.

Mi obra plástica, además, me ha proporcionado libertad e independencia. Porque pronto empecé a exponer y a vender. La pintura, el dibujo y la escritura no han dejado nunca de ser mi expresión más natural. Es como una estructura interna que mantiene en forma mi pensamiento y mi memoria. Es un elemento equilibrador.

Y, respecto a Oteiza, quiero recordar que fue un hombre muy especial. Cada vez que el triunfo social y artístico asomaba en alguna de sus facetas, como en ciertas etapas de su escultura, lo terminaba dejando y comenzaba con otra labor. Estoy convencido de que temía el éxito, y de lo que más recelaba, es de suponer, era de lo que ello suponía de servidumbre. Quizá su actitud también fuese para mí un referente. Porque las actitudes referentes también son tutoras.

Los dibujos y las viñetas que publicas resultan, sin duda, mensajes agudos sobre la actualidad. Suponemos que son intuitivas y que, en alguna medida, quieren ser un toque de atención. ¿Qué valor das al arte como medio para analizar la actualidad, para reflexionar sobre ella?

Sin duda, el arte es una expresión de sentimientos, de emociones, de pura observación. Es difícil plasmar en un lienzo, sobre un papel limpio o en un texto pulido, algo que, de modo previo, no se posea o no se esté elaborando interiormente, porque en esa zona germinal siempre suele andar rondando lo más mágico e inaprensible que el ser humano cobija y que pugna por brotar.

Aunque desde la enfermedad de mi padre ya no he realizado apenas exposiciones formales, no he dejado de pintar. Un pintor no puede dejar de hacerlo, ya sea física o mentalmente. Publico cada semana, desde noviembre de 1995 una viñeta, tanto en el Semanario 7Dies de la comarca de Benicarló, como en mi perfil de Facebook. Llevo ya publicadas unas 1.500 viñetas. En ellas, analizo temas y situaciones nacidas de la actualidad, pero con un componente estructural que yo cifro, sobre todo, en expresar libremente mi pensar y mi forma de reaccionar ante la actualidad, cuyo caudal es infinito. Frente a ese infinito, aporto mi modesta y única elección semanal, que no quiere ser explícita, solo sugerente.

Mi objetivo es provocar relaciones visuales y mentales, dejar pensar y que mi viñeta pueda ser completada o enriquecida por cada percepción que se acerque a ella.  Lo cual es una forma de reflexionar e interactuar con mi entorno a través de un lenguaje artístico.

Foto para el catálogo de su primera exposición en el CMU San Pablo.

Al acercarnos a tus obras publicadas en Artelista.com, observamos que hay un orden, una composición, que se pueden agrupar en series y los títulos son significativos: Palabras navegables, El Profeta, Grupo Goyesco, Barcos-veleros, El encuentro, El Nilo, Retratos. ¿Representan distintos momentos de tu actividad creadora o son expresiones con un hilo conductor?

En realidad, esos momentos son cotas de una única carrera artística por etapas. Una carrera que aún no ha terminado. Mi carrera pertenece a distintas vidas. Unas vidas que son y han sido previas a las otras vidas. Y estoy a la espera, aún, de las que puedan venir. Que no sean muchas, no significa que no puedan ser interesantes y valiosas. No se trata solo de tiempo vivido, sino de la intensidad cualitativa en las vivencias y en los nexos creativos. Muchas veces el arte está inmerso en lo más sencillo, aquello que está al alcance de un breve instante, en apariencia efímero. Esto me conduce a pensar, naturalmente, que quizá la actividad creadora haya sido mi única carrera y que las etapas cubiertas hasta ahora no sean más que pequeños proyectos vitales consecutivos. Siento gratitud por cada uno.

En cuanto al hilo conductor o lo que sería la carrera entera, creo que tiene un componente que viene de fábrica, es decir, una cierta aptitud congénita, y otros componentes, casi todos procedentes de los entornos familiares, sociales y culturales en los que han transitado mis relaciones personales y creativas.

Porque todo eso no depende de la edad ni del mercado, sino de la necesidad de probarse a uno mismo en su propia capacidad expresiva, de tener una voluntad innata de querer ir más allá. Un desafiar ciertos límites impuestos, en apariencia, por el propio entorno. Tener cierto espíritu revolucionario. Y aquí, cómo no, vuelve a aparecer el nostálgico recuerdo del gran Oteiza.

Respecto al tema del proceso creativo del que antes hablábamos y que ahora retomo, quiero referirme, siquiera brevemente, a un punto esencial que no tocamos antes, acerca de “qué es el Arte” y a su posible proyección paulina.

Dicha pregunta provoca un cierto morbo cuando se plantea entre amigos procedentes de distintas ramas artísticas, educativas, profesionales. No dudo que convenga, de vez en cuando, manosear entre profesionales y estudiantes la pregunta “qué es el arte”, para intentar ir afinando nuestros posibles criterios integradores. Y hacerlo, sobre todo, en aquellos coloquios o charlas en los que podríamos debatir sobre las formas y el contenido de las expresiones humanas más creativas que nos envuelven, incluida la arquitectura, y que, de hecho, aun sin apenas notarlo, acaban condicionando buena parte de nuestras vidas.

Es sano poder criticar los impactos cotidianos que terminan provocando sobre nuestras vidas determinadas manifestaciones artísticas y estéticas, igual que lo hacemos sobre las catástrofes y las guerras. Y poder discutirlo, aunque no seamos artistas, sino estudiantes universitarios, empleados de banca, pescadores, funcionarios, clérigos, ingenieros, abogados, etc. Y, más aún, lo creo muy oportuno si esta actividad coloquial sobre un tema artístico, estético o ético de actualidad puede llegar a darse en un ámbito universitario como el del Colegio. Los coloquios son cultura.

Prácticamente todos los filósofos se han acercado con coraje a esta zona verdaderamente inquietante: la de intentar acotar el ámbito del Arte y también el de relacionarlo con la Ética y la Moral. Puede que algunos lo hicieran en un vano intento por definirlo, o quizá, también, por dominarlo. Pero parece que la historia no ha acabado, ya que, hoy mismo, no hay filósofo o profesional de la cultura que, ante la potencia y variedad de manifestaciones artísticas universales que nos está ofreciendo el mercado cultural y la tecnología de la IA, no intenten lo mismo.

Es incuestionable que el Arte, meollo sagrado de lo Artístico, ha pasado, curiosamente, a convertirse en el adjetivo de cualquier manifestación o actividad que la demanda cultural universal convierte en acompañante de calidad de cualquier sustantivo coyuntural. Así, por ejemplo, no es difícil asistir a una Cena de Gala Empresarial seguida de una “Velada Artística”.

Cena coloquio con el pintor y posterior visita a la Sala Fibla.

Año tras año vemos cómo las exposiciones temporales han desplazado a las permanentes y, con frecuencia, la publicidad que rodea a las temporales da más prestigio a los museos que las organizan que sus propios fondos, por magníficos que sean. Parece que, en estos tiempos líquidos, en expresión acuñada por Bauman, lo temporal, lo efímero, tiene un atractivo especial, ese “yo estuve allí y no habrá otra oportunidad de verlo así”, atrae visitas y sirve al motor del propio museo y de la ciudad que lo alberga.

Es un hecho que las colas de espera para acceder a los museos se hacen para visitar las exposiciones temporales, estando casi vacías las salas de las permanentes. Unos interpretan este fenómeno en negativo, considerando que eso no te acerca a la cultura, al arte, que es mero turismo. Para otros es un buen reclamo para acercar a los profanos al arte. ¿Qué consideración te merece este fenómeno?

Estos fenómenos que apuntáis sucederán más a menudo. Y no creo que incumba solo al ámbito artístico. Todo se debe a la velocidad, es decir, a “la prisa por vivir el presente del presente”. No son pocos quienes ya pronostican que quizá esta aceleración se deba al miedo creciente a la posible finitud de nuestra especie. El arte quizá sea uno de los pocos antídotos contra ese miedo.

En nuestro caso concreto, vivimos esta situación hace muy poco, en Málaga. Las colas para acceder al museo Picasso eran, al menos para nosotros, disuasorias y, sin embargo, visitamos el magnífico museo Revello de Toro donde no había nadie. ¿Qué es lo que guía u orienta el gusto de las personas?

Creo que se debe a la escasa formación artística recibida, y a la moda, y a poder comentar en la tertulia habitual aquello de ¿dónde estuviste, ¿qué viste? ¿qué consumiste? Y a la publicidad.

No me cansaré de insistir en que el problema es educativo. Sucede también con otras ramas del Arte y del Saber. Quien haya tenido la suerte de poder disponer de un buen maestro, de un buen tutor, seguro que disfruta y se enriquece con Revello de Toro y que irá a ver los Picasso en el momento en que pueda disfrutar de ellos. Saber informarse también es cultura, y excelencia.

En un elogio al teatro lo consideras un instrumento de preparación personal y colectiva, que estimula la imaginación y la creatividad. Y como además de pintar y de escribir, también te has dedicado a la docencia, fundamentalmente en materia de educación ambiental y artística, nos gustaría abordar el tema de la enseñanza actual, en la que parece que la memoria, la disciplina, el esfuerzo y la competitividad cada vez tienen menos encaje. ¿Qué opinión te merece esta transformación? ¿Podríamos hablar de que es una evolución natural, que se adapta a los nuevos tiempos, o que es más una involución de consecuencias imprevisibles?

Respecto a mis criterios sobre el valor del teatro, ya han quedado suficientemente reflejados en el libro del TEU que habéis citado al inicio de nuestra charla y cuya lectura recomiendo.

A estas alturas, yo parto de la base de que cada uno puede actuar en un área de influencia determinada. Y que debemos hacer un esfuerzo por conocer nuestros límites. Personalmente, me tranquiliza saber que he hecho todo lo que he creído que era lo conveniente en los momentos que mi vida me ha permitido investigar y transferir mis experiencias creativas a mis alumnos, profesores y personas de mi entorno. Nunca he tenido problemas con las escalas de influencia a las que podía llegar.

En cuanto a mi opinión sobre los valores de la vida actual, son heterogéneos:

A nivel global, no puedo aventurar nada previsible, hay demasiadas incógnitas de signo negativo.

A nivel europeo creo que estamos en una encrucijada, puede que andemos dudando demasiado sobre nuestras posibilidades de cohesión y liderazgo.

A nivel nacional, nunca habíamos estado mejor, pero parece que no queramos agradecer el camino hecho.

A nivel provincial y local, sin duda es una suerte, o no, mirarnos el ombligo y celebrar con ímpetu las Fiestas Patronales, eso sí, sin olvidarnos de reivindicar nuestros derechos democráticos conseguidos; aunque, desafortunadamente, a mi parecer, estemos olvidando demasiado pronto el pasado más reciente del que proceden nuestros padres y abuelos. Sigo creyendo en que la salida y el futuro deben estar en la educación, formal y no formal.

Carmen Maura y José María Fibla en Rómulo el Grande.

Una pregunta fija en estos encuentros gira en torno a qué libros han marcado tu vida y nos recomendarías leer. A un pintor nos permitimos preguntarle además qué obras tenemos que contemplar y qué Museo no nos podemos perder.

Eso que me pedís es como recomendarle un buen restaurante a un amigo reciente que viene recomendado por otro amigo de toda la vida. A los amigos de toda la vida apenas hace falta hacerlo, ya que hemos compartido habitualmente dichas degustaciones; y puede que, si mantenemos una amistad permanente, sea también por eso.

Si se trata de recomendar, y eso ya supone una cierta tutoría, todo depende del gusto que este amigo reciente haya desarrollado previamente. Hay a quien no le gustan las cocochas a pesar de que estén cocinadas de forma exquisita. Pasa lo mismo con el trato o con el consumo del arte, incluido el literario, en general. Si tu formación solo ha sido la de ver reproducciones en las publicaciones y mil horas de visión de programas de una cadena televisiva de los reality show, apaga y vámonos. Ya puedes recomendar Homero, Botticelli o La Traviata al nuevo amigo, que tu fracaso como tutor será glorioso.

Para poder degustar mínimamente alguna de las expresiones humanas más altas, tienes que haberte educado previamente, y ese es un proceso que, por vocación, no cesa nunca, en algunas de las caras del arte. El roce hace el cariño. Salvado ese escollo, es decir, el de una suficiente formación, y abierto el apetito para probar experiencias nuevas, lo más fácil es sugerir cosas que puedan ampliar su carga de sensibilidad artística y estética.

Respecto a los libros, quiero pensar en cuáles me llevaría yo a una isla para un periodo de reclusión, digamos que anual. En estos momentos, dejando aparte a Homero, Dante, Cervantes y Shakespeare, confieso que casi todo serían relecturas. Por ejemplo:

Michel de Montaigne. (Sus Ensayos son de obligado cumplimiento) / Albert Camus (El primer hombre). / Stefan Zweig (El mundo de ayer). / José Luis Sampedro (La sonrisa etrusca). / Cualquiera de los clásicos (Petrarca, Marco Aurelio, Epicteto, Platón…). / Theodor Kallifatides (Otra vida por vivir). / George Steiner (La idea de Europa). / Nuccio Ordine (La utilidad de lo inútil),

En cuanto a pinacotecas: El Museo del Prado de Madrid, nuestro tesoro / La Tate y la National Gallery de Londres / El Louvre y el Musée d´Orsay de Paris / Museo Egipcio de El Cairo / Museo Capitolini de Roma / El Museo Thyssen de Madrid / Etc.

Y en cuanto a pintores: Paolo Uccello, El Bosco, Rembrandt, Velázquez, Goya, W. Turner, Kiefer, Picasso, Klee, Cossío, etc.

Y a mis amigos pintores, con quienes tanto he disfrutado, aprendido y compartido: Santiago Serrano, Miguel Navarro, Fernando Peiró, Jaime Genovart, Miguel García Lisón, Gonzala García San Román, Ramiro Subirá, Vicente Verdú, Miguel Ybañez, Florencio Maíllo, entre 16 etc. más. Entre ellos figuran algunos paulinos como Subirá y Verdú

Estudio de José María Fibla.

Sabias reflexiones en una conversación que, con maestría, José María va transformando en relato. Buscar la excelencia escribiendo un diario que permita pensar y reflexionar para mejorar; dejarse orientar por tutores, por personas referentes, a las que admira y homenajea aquí con gratitud; la necesidad de formación continua, de estudio; y el arte como antídoto contra el miedo a nuestra finitud, son algunos de los mensajes que con tanta pasión nos relata.

El encuentro concluye visitando la estancia más luminosa de la casa, la sala de creaciones, el laboratorio del artista en Madrid, porque nos confiesa que ahora su estudio principal y donde se encuentran la gran mayoría de las obras de su colección personal está en Benicarló. En el recorrido por sus creaciones nos llaman la atención unas obras, aparentemente terminadas, colocadas en horizontal sobre una gran mesa, que contrastan con el resto de cuadros, expuestos en las paredes. De nuevo, con una sonrisa satisfecha, José María nos descubre el secreto.

No se trata de pintura, sino de composiciones en polvo. José María ha creado unas reconocibles siluetas con el polvo que ha recuperado del filtro de su aspiradora. “Arte efímero” lo denomina. Si soplamos o simplemente abrimos las ventanas para crear corriente de aire, dicha creación se esfumaría en cuestión de segundos, devolviendo al lienzo su blancura original. Pero tiene también algo de eterno, nos explica. De nuevo, el atractivo de lo efímero es el signo de los tiempos. Lo cierto es que a nosotros nos hace reflexionar, es arte conceptual.

Antes de irnos, visitamos su biblioteca. Y aquí nada es lo que parece. Sabemos que es un gran lector, se palpa. Pero en estas estanterías no se encuentran los clásicos que ha leído, sino libros y publicaciones escritos por él o en los que ha colaborado, memorias de planes de estudios que ha dirigido, cursos que ha impartido, catálogos con su prolífica obra, o folletos de exposiciones en las que ha participado. Queda patente que casi no hay campo vital o profesional al que no se haya acercado. Unas veces por vocación y otras por obligación y un agudo sentido del deber, nos confiesa.

Nuestro sentimiento compartido, tras el encuentro, es de admiración y agradecimiento. Es un artista, un perfeccionista, lo que hace quiere hacerlo muy bien y no escatima tiempo ni esfuerzo. Recordaremos siempre su obra y su acogida, la propia de un Paulino hacia otro cuando sabe de su condición, nos dice. Tenemos la sensación de que en poco tiempo hemos aprendido mucho sobre el valor de la amabilidad, del saber estar, de la importancia del entusiasmo y del trabajo, de su generosidad y, en definitiva, de su categoría personal.

El tiempo que nos ha dedicado, sus explicaciones, sus confidencias y las experiencias que nos ha permitido compartir tienen un objetivo, ponerlas a disposición de la familia paulina, por si pueden inspirar a algún lector en su trayectoria vital y personal. En sus propias palabras: “Solo deseo que este tiempo de charla pueda aportar una brizna de utilidad paulina a la inutilidad maravillosa del hecho artístico.”

Nosotros, si podemos mediar en ello, nos sentiríamos satisfechos. Nos despedimos inmensamente agradecidos. Pero no es un adiós, porque quedamos emplazados para un nuevo encuentro en su querido Benicarló. 

Gracias y hasta entonces, artista.

Otra escena del Encuentro, esta vez en el estudio.