ENCUENTROS PAULINOS

Los hermanos Errasti Martínez de Antoñana entrevistan a Israel Castillo Vidal

Hoy nos acercamos a una persona muy especial para nosotros. No se trata de un referente profesional, con el que, sin conocerle, nos reunimos por su pasado paulino. Se trata de un referente humano y espiritual con el que tuvimos la suerte de convivir en el Mayor. Israel Castillo Vidal.

Isra, fue para mí, Aitor, un novato, y para mí, Xabier un veterano. Para ambos una persona amable, sensata y siempre dispuesta a ayudar. Alegre, muy alegre, que participaba en numerosas actividades, buen deportista, faro de los equipos de fútbol y fútbol sala. Con una voz privilegiada y gran guitarrista, que promovía y dirigía el coro en las celebraciones religiosas. Tenía muy buenos amigos, sacaba muy buenas notas y estudiaba dos carreras. Además era granadino y, como tal, gozaba de un acento y de una gracia muy especial. Para nosotros sus palabras eran musicales y envolventes. Siempre era una delicia hablar con él. Una excelente persona, a la que siempre te gustaría seguir frecuentando.

Aun siendo un compañero realmente interesante, es su elección por el camino sacerdotal, tan alejada hoy de las opciones de vida habituales, la que lo hace para nosotros un referente a compartir con todos los Paulinos. Una persona a la que hay que escuchar y con la que pensamos resulta interesante poner en común dudas y experiencias.

Vivimos tiempos de falta de vocaciones y de descreimiento en general, en los que la mayoría de los jóvenes, con un sentido individualista de la vida, nos dejamos llevar por las promesas económicas de un hipotético éxito profesional. En estos días en los que la espiritualidad no se busca en la oración ni en la Iglesia, saber que Israel ha tomado la decisión de dedicar su vida a formarse para ayudar a las personas necesitadas, para ser un referente espiritual allí donde se le necesite, nos parece de una grandeza digna de compartir.

Xabier Errasti e Israel Castillo el día de la entrevista

Aprovechando un día que todos nos encontramos en Madrid, quedamos a comer en el restaurante Al Paseo. No le habíamos visto desde hacía años, sí habíamos hablado por teléfono y le vimos con alzacuellos en las fotos de la boda de Javier González Moya, otro gran Paulino, inseparable de Isra durante su estancia en el Mayor. La alegría del encuentro nos transporta enseguida al tiempo vivido en el Colegio, a las horas de novatadas, las horas de estudio, las cenas, las tertulias, los partidos de fútbol, las celebraciones religiosas y la alegría de su música.

Este encuentro es especialmente emocionante y, como si estuviéramos de nuevo en el Colegio, volvemos a sentir aquella alegría, aquella actividad, aquellas inquietudes e ilusiones.

Tras los abrazos paulinos nos ponemos al día de nuestras respectivas situaciones, recordamos tantos momentos vividos juntos y a personas muy queridas a las que conocimos, compañeros y amigos mutuos que nos acompañarán el resto de nuestras vidas. Hablamos de cómo nos cambia el Colegio, al ponernos en contacto con personas a las que, de otra forma, nunca hubiéramos conocido. Pero como se trata de que Isra nos cuente su proyecto de vida, empezamos preguntándole cual fue la razón por la que, siendo de Granada, viniera a estudiar a Madrid y al San Pablo.

Yo no conocía el Colegio, de hecho hasta el último momento pensé que estudiaría en Granada, que tiene muy buena universidad. Pero el Obispo de mi diócesis me habló de la Universidad San Pablo CEU y del Colegio Mayor. Yo quería ir a un colegio de formación católica y, por tanto, de proyección universal que, en la medida de lo posible, estuviera cerca de la Universidad, para no perder tiempo en trayectos. El Colegio reunía ambos requisitos y superó mis expectativas. Lo que más me gustó fue la relación que propicia entre colegiales de diferentes lugares y sensibilidades y los lazos de amistad que se cultivan. Viví en él cinco años, de 2008 a 2013, lo que me permitió estudiar la licenciatura de Humanidades.

Cuando viniste a Madrid a estudiar la carrera, ¿tenías ya decidido llevar una vida religiosa?

Yo sabía que iba a llevar una vida católica, sin ninguna duda, pero no imaginaba que fuera a dedicar mi vida al sacerdocio. Tengo que reconocer que de niño sí imaginé la posibilidad de entrar en el seminario para formarme como sacerdote, pero lo vislumbraba con cierto miedo, por los tiempos que vivimos, por las dificultades que conlleva. Es ir contra corriente. Así que fui desechando la idea. En mi familia se vive un ambiente de fe y en mi casa era habitual recibir a sacerdotes y misioneros que me contaban maravillosas historias. Mi padre estuvo en el seminario menor hasta que conoció a mi madre. Tengo la fortuna de haber conocido a grandes sacerdotes que han influido mucho en mi vocación.

También el Colegio ejerció su influencia, en él conocí al padre Almarza y al padre Leopoldo, capellanes del Colegio, y en los dos encontré ayuda y orientación. El modo de vida, la fraternidad colegial y los valores católicos que vivíamos en el Mayor, también me ayudaron. Y la preciosa capilla, un lugar tan cercano y emocionante que tanto me atraía. Pasé muchísimas horas rezando en ella.

Fue una mezcla de llamada y de profunda reflexión, durante la que valoré si humanamente podía estar destinado a este camino, si tenía la fortaleza para abordar todas las consecuencias de esa decisión, tantos sacrificios, incluyendo el celibato.

Pero ahora estoy convencido de que no se trata de una decisión, sino de una respuesta a Dios a través de las experiencias y situaciones que nos pone en el camino. Yo viví todo ese proceso en el San Pablo, coincidió con la remodelación de la capilla que hizo el padre Rupnik. Recuerdo verle trabajar mientras yo rezaba, disfruté de un tiempo de oración muy importante. Recuerdo que era tiempo de Cuaresma. En ese momento me sentí en una encrucijada, fue un proceso muy breve, de vértigo, que no compartí con nadie. Fue entonces cuando tomé la decisión de terminar la carrera, en la esperanza de madurar mi verdadera vocación.

Cuando nos enteramos de tu decisión por la formación religiosa, te tenemos que reconocer que nos impresionó tu seguridad ante una decisión tan sacrificada y valiente. Se siente una mezcla de alegría y de envidia ante tu seguridad.

No lo creáis, sentí muchas dudas a lo largo del camino pero, gracias a Dios, no lo viví sólo, porque la Iglesia y las personas que imparten formación ejercen de guía y de ayuda hasta tomar una decisión razonada. Superado este proceso, emprendí esta andadura con decisión.

Pero no hay que pensar que este es un camino de rosas, hay momentos de oscuridad y de sufrimiento. La vida es una sucesión de certezas e inseguridades, de penas y alegrías. Lo que sí tengo claro es que de cada dificultad se aprende.

Ahora estoy en el Seminario Conciliar de Madrid, somos en torno a 80 seminaristas, no exclusivamente jóvenes, ya que cada uno encontramos el camino y la orientación en la vida en momentos vitales diferentes. La tendencia vocacional ha cambiado mucho, ahora son pocos los casos de seminaristas menores de 18 años. La mayoría tienen sus estudios y es al graduarse cuando acceden al Seminario. Es un cambio que va en línea con los tiempos actuales, que permite una decisión más reflexiva y madurada.

Aitor Errasti e Israel Castillo

Israel Castillo

Ante la escasez de vocaciones, ¿crees que la Iglesia debería reorientar el sacerdocio? Los tiempos han cambiado, las personas también, quizás hoy se encuentra refugio espiritual de otras formas, y el ejercicio del sacerdocio tradicional no responde a las necesidades actuales. ¿Está la Iglesia reconsiderando las necesidades espirituales de esta nueva sociedad?

Tras el Concilio Vaticano II la Iglesia tomó especial conciencia de la relevancia de los laicos en este camino y, a día de hoy, muchísimas personas colaboran con la Iglesia sin ejercer el ministerio sacerdotal, como diáconos permanentes, que pueden contraer matrimonio.

Hay quien piensa que una actualización requeriría rebajar los actuales requisitos del sacerdocio. El mayor sacrificio es el celibato, es el motivo que lleva a más candidatos a desechar la idea de convertirse en religioso. Es evidente que en la sociedad existe un debate al respecto, pero yo no lo percibo en los Seminarios, al menos en los que yo he vivido. Reflexionamos y hablamos con naturalidad del tema, pero no con el ánimo de que sea reconsiderado. Asumimos que el celibato no tiene sólo una razón teológica, bien motivada por la Iglesia, también hay razones de tradición, es así desde el s. IV. Pensando en mí mismo, reconozco que, con mi nivel de entrega, me sería imposible compaginar las labores pastorales con una vida familiar al uso. El Sacerdote no tiene horario, el sacerdocio es una opción de vida, no una profesión.

En todo caso, la idea de exigencia no es la principal a la hora de describir lo que implica el sacerdocio. Yo lo vivo como una correspondencia por todo lo que he recibido de Dios, un deseo de compartir, de hacer partícipes a los demás. El celibato no hay que vivirlo como una renuncia, una prohibición o exigencia, es una reorientación. Es cierto que yo no podré convivir felizmente con una mujer, pero sí vivir felizmente priorizando el servicio a la comunidad.

Tú siempre has dado mucha importancia al conocimiento, a la cultura, a la formación. ¿Qué papel juega el conocimiento en la vida de un sacerdote?

Para poder prestar un buen servicio la formación es esencial en el sacerdocio, y con la obra de papas como S. Juan Pablo II o Benedicto XVI, estudiar sus textos es un verdadero placer. La vocación hace que disfrutemos estudiando y lo hagamos con más perspectiva, de ahí que los resultados académicos suelan ser muy buenos. Además, la teología y la filosofía son tan amplias que es relativamente fácil encontrar áreas con las que poder disfrutar. A mí particularmente, la filosofía me fascina, sé que nunca dejaré de estudiar. Empecé la carrera en el San Pablo, a través de la UNED, y terminé cuando estaba en Alemania.

La formación continua de los sacerdotes está prescrita por la Iglesia y, en la medida de lo posible, debemos acudir al Seminario una o dos veces al mes, para estudiar y actualizar conocimientos. Es un hecho que los obispos y papas siempre han sido personas muy bien formadas. Hay que estudiar y estar siempre actualizado para poder dar un buen servicio a los cristianos, para servir a Dios allí donde se nos necesite. Yo estoy vinculado al Camino Neocatecumenal que tiene seminarios propios. Me enviaron a unas convivencias en Alemania para estudiar filosofía. Hay ciento veinte seminarios en todo el mundo, a mí me tocó Berlín. Cuando llegué a Alemania estuve estudiando alemán, porque para poder estudiar en la universidad exigen un buen nivel previo, un C1. Disfruté mucho aprendiendo, es un idioma que suena duro pero es precioso, y como a mí me encanta la filosofía y la teología, me motivaba poder leer a autores como Josef Ratzinger o Von Balthasar en su idioma original. Estudié un grado en Filosofía en la Pontificia Universidad Gregoriana, una universidad italiana adaptada al sistema alemán. Se trataba de una Afiliación pontificia, puesto que en el norte de Alemania no existen instituciones católicas donde se pueda estudiar Filosofía y Teología. Ahora he venido a Madrid a estudiar el grado en Teología. La formación es clave para realizar una buena labor pastoral.

Estas reflexiones nos recuerdan a un querido párroco de la Basílica de Armentia, en Vitoria-Gasteiz, nuestra Parroquia, Don Carlos Fernández, que en paz descanse, que en nuestra niñez y adolescencia nos fue explicando, domingo a domingo, la profundidad y actualidad del Evangelio. Su conocimiento era enciclopédico y supo trasmitirnos los valores de la fe y su permanente actualidad en el quehacer y afán de cada día, propiciando debates familiares que nos ayudaban a comprender la actualidad e importancia del Evangelio. Fue para nosotros un maestro, y ya se sabe que, según palabras de Henry Adams “un maestro afecta a la eternidad, nunca sabe dónde termina su influencia”.

Pero sí sabemos que no siempre se tiene esa fortuna, también hemos asistido a celebraciones religiosas en las que se palpa que el párroco no conecta el mensaje evangélico con la realidad, ni con la situación de la ciudadanía a la que se dirige. Sin duda la formación es clave, también la sinceridad y el compromiso. Y con frecuencia ello exige dejar de ser políticamente correcto.

No dudamos de que tu formación va a ser sólida, pero ¿percibes que hay libertad para manifestar tu opinión dentro de la Iglesia?

Sí. Nunca he sentido limitación o censura alguna. Hay opiniones diversas y se habla libremente, incluso sobre temas candentes y difíciles. Considero que la virtud más importante de un cristiano es el discernimiento. No es la fortaleza, la justicia o la caridad. La Iglesia, salvo en contadas excepciones, no ha dado una respuesta unívoca a un asunto complejo, siempre explica, razona y argumenta, en contra de lo que se cree desde ciertos ámbitos de la sociedad. Sin discernimiento no es posible analizar qué es lo más adecuado para cada uno.

Hay temas en los que, tras una profunda reflexión, la Iglesia tiene una opinión firme, no interpretable. El aborto es uno de ellos. Se podrá emplear un lenguaje adaptado al tiempo que se está viviendo, pero el fondo no es negociable. Para ser contrario al aborto no hace falta ser cristiano. Recuerdo que el filósofo Gustavo Bueno, defensor del materialismo filosófico, en las antípodas del cristianismo, también fue un enorme detractor del aborto. Él se consideraba profundamente ateo y consideraba que el aborto era una absoluta aberración. No es verdad que sea la Iglesia la única institución que defiende la vida y trata de frenar el aborto. De hecho, creo que desde distintos presupuestos filosóficos puede llevarse a cabo una argumentación seria y convincente en contra del aborto sin acudir a postulados de fe, tan sólo usando adecuadamente la razón.

¿Y los casos extremos? Supongamos situaciones en las que ha mediado una violación, o en los que hay enfermedades o malformaciones insuperables.

Desde el momento en que se acepta que se ha creado una vida, que es persona y que tiene dignidad, el resto es circunstancial. Tratar de superar una situación no deseada a costa de acabar con una vida es un precio muy alto. O, en palabras del Papa Francisco “no es lícito eliminar una vida para resolver un problema”. Porque el gran problema de fondo para un creyente es que para superar una situación no deseada, se quita la vida a una persona inocente. Es un tema muy serio, muy profundo, que requiere un análisis de cada caso, de cada circunstancia, y un trato de caridad y amor a las personas que están en esa situación pero, como principio, no se puede cercenar una vida.

Hablemos de la eutanasia. En este supuesto no se trata de inocentes que todavía no tienen voz sino, imaginemos, de personas a las que artificialmente se les alarga la vida y libremente desean acabarla. Las razones pueden ser tantas como personas, en unos casos porque no consideran que lleven una vida digna, en otros porque quieren reunirse con sus seres queridos, o porque creen que su misión aquí ha concluido. Si el destino final es la muerte, por qué alargar la agonía o las situaciones no deseadas.

Hay que reflexionar profundamente acerca de qué dicen las Sagradas Escrituras sobre el sufrimiento. Es algo que no hay que querer positivamente, pero que cuando llega es una vía y una posibilidad de encontrarse con Dios. El debate sobre la eutanasia parte, con mucha frecuencia, del principio de que el sufrimiento es una maldición y, como tal, hay que evitarlo a toda costa. Para la Iglesia el sufrimiento no es algo querido por sí mismo, pero, vividas desde la fe en Jesucristo, las situaciones difíciles pueden propiciar consuelo, ayuda y compasión, virtudes que hacen realidad el mensaje bíblico de “por sus obras les conoceréis”.

El caso de la eutanasia es más complejo, si cabe; tiene muchos más matices que el del aborto, y creo que, en muchos casos, la postura de la Iglesia viene explicada por el temor a la flexibilización de ciertos postulados tendentes a desacralizar la vida.

En todo caso, no se deberían analizar estos problemas exclusivamente desde la casuística, lo que nos conduciría a un relativismo puro. Cada caso, cada persona es única, pero eso no es incompatible con que siempre deba poderse recurrir a principios universales. La vida, para un cristiano, es un don, del que no se puede disponer sin más, dado que su dueño último es el creador.

Hoy muchas personas viven alejadas de la Iglesia como Institución, aunque no les falta espiritualidad y entrega. ¿Hay una reflexión interna que analice estas circunstancias?

Con frecuencia se tergiversa la imagen de la Iglesia, y ello afecta a las vocaciones. En España es evidente el alejamiento entre la Iglesia y buena parte de la sociedad. En todo caso, antes muchas personas se acercaban a la Iglesia por tradición o por costumbre. Hoy quien lo hace es por verdadera voluntad. La decisión del cristiano practicante tiene que tomarse libre e individualmente. Con frecuencia, de la hostilidad han surgido cristianos más auténticos, incluso los hay que han pagado con su vida su fe. Hoy el que vive públicamente su fe, lo hace libre y asumiendo el reto.

En Alemania, principalmente en el norte, donde yo estuve, que es una zona protestante, llevan viviendo esta situación de hostilidad desde hace tiempo. Berlín es una ciudad completamente desacralizada, en la que hay muy pocas Iglesias y en la que la gente ha perdido la sensibilidad por la religión. Ser católico en Berlín es casi ser un héroe, porque, aunque se respeta, les parece anacrónico y conservador. Pero no tenemos que estar preocupados, esta crisis, además de temporal, podríamos decir que es geográfica, porque en otras zonas como Sudamérica o ciertos países de África, la fe aflora, tanto en vocaciones como en personas que se acercan a la Iglesia para vivir los sacramentos. La Iglesia tiene veinte siglos de historia. La Iglesia no somos sólo hombres y mujeres, Dios y el Espíritu Santo nos van marcando el camino.

También debemos tener en cuenta que la Iglesia Católica no es el único camino de la espiritualidad, no tenemos la exclusividad de la salvación. La Iglesia dice que el acercamiento más real y concreto a Dios ha sido a través de Jesús de Nazaret, que fundó una comunidad concreta, que pervive hoy, la Iglesia Católica. Cuando vamos a anunciar la Verdad lo hacemos convencidos de que es la correcta, pero no presumiendo que las ideas de los demás estén totalmente equivocadas. La Iglesia habla a las personas sabiendo que no todos han tenido la oportunidad de conocer a Jesucristo desde el principio, y no monopoliza a Dios.

Un cristiano, por mucho que haga alarde de su condición, si no es buena persona, que vive en una coherencia moral y conforme a la ley natural, no es buen cristiano. Desde la declaración Nostra Aetate, realizada en el Concilio Vaticano II, sabemos que la salvación no la da automáticamente la profesión explícita de una religión en concreto; sino las buenas obras de las personas que sigan los principios de la moral natural, porque Dios es misericordioso. En resumen, para la Iglesia Cristo es el único salvador de la humanidad pero se sirve, para ello, no sólo de los límites visibles de su Iglesia, sino de los medios de la ley natural inscrita en el corazón del hombre.

La Iglesia evoluciona en sus fundamentos, los revisa y hace autocrítica. Es una de sus características que más me gustan y que no encuentro en otras organizaciones. El Papa Francisco especialmente, es un hombre valiente y sincero, dispuesto a decir las cosas como son. Hay que ser consciente de los escándalos y de los errores que ha cometido la Iglesia, los cristianos tenemos el deber de conocerlos, pero no debemos amedrentarnos. En este sentido, la actual crisis interna de la Iglesia a causa de los numerosísimos casos de abusos sexuales a menores pone de manifiesto un hecho indudable: el cuerpo de Cristo, que es la Iglesia, está formado por hombres y mujeres débiles, pecadores. Como ya he dicho, estos sucesos terribles nos hablan de que no es suficiente profesar unas verdades dogmáticas concretas o ser sacerdote para recibir automáticamente la santidad. Toda fe razonable requiere de una coherencia moral y cuando esta última no se da, como es el caso de los abusos, es porque la fe no se está viviendo en plenitud y correctamente. Hace unas semanas el Papa Emérito Benedicto XVI ha escrito unas páginas de gran profundidad analizando las posibles causas de estos hechos tan dolorosos y no se arredra a la hora de asumir que, con muchísima frecuencia, la mediocridad moral en que vivimos tantos cristianos ha sido motivo de alejamiento y escándalo frente a la Iglesia.

Es interesante que el Concilio Vaticano II, en uno de sus documentos centrales, la Gaudium et Spes, menciona la mediocridad moral de muchos cristianos como una de las principales causas del ateísmo y lejanía de la Iglesia en el mundo. Hay que hacer balance sin miedo y mirar hacia adelante con esperanza: el Espíritu es el que lleva la Iglesia, el perdón y la reconciliación existen, aunque no están reñidos con la justicia y la compensación a las víctimas inocentes.

Has comentado que en Alemania se identifica a los católicos con conservadores, y aquí ocurre algo parecido, dándole una connotación negativa. Sin embargo la doctrina de la iglesia es una doctrina muy social: “dad de comer al hambriento”, “consolad al que sufre”, “ayudad al que lo necesita”, “amad a vuestros enemigos”. La Iglesia tiene una amplia y probada experiencia en el terreno de la solidaridad y de la justicia social. Los principios de igualdad, libertad y fraternidad, todos somos iguales y hermanos en Cristo, están recogidos en los Evangelios, y junto con el de la responsabilidad individual y la transcendencia forman parte de los pilares cristianos. Parece que si algo trata de conservar la Iglesia es su propia tradición humanista. ¿A qué crees que se debe esa interpretación negativa?

Pienso que es más una interpretación política que social. En situaciones de conflicto es habitual que a cada institución se la identifique con una parte. Aquí puede haber una motivación histórica, la Iglesia se vinculó al régimen imperante a la finalización del conflicto, y lo hizo por supervivencia, debido a la persecución religiosa durante la Guerra Civil.

Yo he estudiado mucho esa época y tengo claro que si hubiera sido sacerdote o seminarista en el año 36 habría ido al pueblo en el que no me mataban, nunca habría ido al pueblo en el que me iban a matar. Y eso fue así en España, a pesar de que a día de hoy haya quien lo quiera negar. Ello no implica considerar que la vinculación posterior con el régimen fue acertada.

Cuando en España se mencionan las palabras “social”, “cooperación” o “humanitario”, hay quien lo vincula a la izquierda política, y es innegable que la sensibilidad social ha estado vinculada a la Iglesia desde la Iglesia primitiva, por estar así reflejado en los Evangelios. La Iglesia desde hace siglos, con su doctrina social, se ha acercado y ha dado respuesta a las personas más necesitadas. La Iglesia ha puesto en marcha, en todo el mundo, programas educativos, de salud, de integración social y de caridad, allí donde las necesidades existen. La Iglesia, a través de su obra social, da cobertura a la población.

Pensemos por ejemplo, en los movimientos de curas obreros de los años 60, vinculados con la izquierda. Hay ejemplos muy significativos en un sentido o en otro, el error es vincularlo a una ideología, cuando la labor de la Iglesia es salvaguardar la dignidad de hombres y mujeres.

Un profesor alemán nos decía que aún no se ha hecho un buen trabajo intelectual de desvincular a la religión, y en particular a la Iglesia católica, su doctrina y su magisterio, de la ideología política. La ideología nace después de la religión y se formula de manera completamente distinta, aunque, por desgracia, después se haya producido una vinculación histórica en determinadas situaciones.

Es incuestionable que la obra social de la Iglesia hace una gran labor y llega a los rincones más necesitados del mundo. Quizás lo que no se hace es dar una información acorde con la demanda mediática y los medios de comunicación actuales, que se rigen más por pocos caracteres muy impactantes y con poco fondo y detalle. ¿Se están dando pasos en este sentido para llegar a la sociedad actual?

Cuando hablo de este tema pienso en el Evangelio de Mateo, en el Sermón del Monte Jesús establece que cuando hagas limosna “no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha, así tu limosna quedará en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”. Al tratar los temas de la limosna, la oración o el ayuno, reprocha la práctica de estos actos para obtener la aprobación de la gente, hay que realizarlos por una actitud real del corazón. Condena así la superficialidad del materialismo y la religiosidad hipócrita.

Está claro que el interés prioritario no debe ser difundir todo lo que se hace y mostrar cada euro que se gasta, sino ayudar a las personas que lo necesitan.

Vengo de Etiopía, de colaborar con una congregación de monjas que ni siquiera imparten catequesis, su único interés es ayudar a los pobres, compartir con ellos lo que saben y tienen. Es el mismo mensaje de la Madre Teresa, ella no actuaba para dar cuentas a los poderes de este mundo, sino para hacer más amable la vida de los pobres de este mundo.

Con la mentalidad actual, de ruido y de espectáculo, es evidente que esta actitud tiene inconvenientes, pero el mensaje del Evangelio es claro.

En estos momentos otros temas de actualidad también interpelan a la Iglesia y demandan una posición, un pronunciamiento. Nos estamos refiriendo a aspectos relacionados con la memoria histórica, la guerra civil o la tumba de Franco. Se escucha que en Alemania sería inconcebible que hubiera una tumba pública de Hitler. Cómo se aborda este debate en Alemania.

Es un tema en el que pensé mucho durante el tiempo que viví en Berlín. Percibo que ellos tienen mayor conocimiento de los hechos allí acaecidos y una formación menos politizada de su historia reciente. He escuchado a amigos alemanes hablar con total naturalidad de cómo sus antepasados habían apoyado a Hitler. Hay museos y organizaciones sociales y culturales que reabren debates con una perspectiva histórica, sin intención de interpretar lo ocurrido, sino de conocerlo para no repetirlo.

En todo caso, también allí, como en muchos otros lugares, existe una cierta incoherencia: el trato que se da a la izquierda también es diferente al que se da a la derecha. Esta última está absolutamente demonizada; sin embargo no ocurre lo mismo con la izquierda. Os pongo un ejemplo: en un parque próximo a donde yo vivía en Berlín (Treptow) hay imágenes en relieve y muchas frases de Stalin, cuando, a día de hoy, nadie ignora que Stalin fue un genocida que mató a millones de personas. En Alemania no están prohibidos los símbolos comunistas y, afortunadamente, sí lo están los relacionados con el nazismo. Creo que en este aspecto ellos tienen que aprender mucho.

Ya has comentado que en el Colegio llevabas una vida de fe, y es cierto que la preciosa capilla, en torno a la cual parece que se configura el Colegio, y el contacto tan cercano y la convivencia con los capellanes que nos asistían, propiciaban la reflexión espiritual, siempre desde el más absoluto respeto a las prácticas de cada uno. La fe se vivía en la intimidad de cada uno y el Colegio, para nosotros, representa lo colectivo. Desde las novatadas, las tertulias, las fiestas, los partidos, el teatro, las salidas y entradas, hasta las propias cenas o comidas, todo lo hacíamos en compañía, todo contribuía a estrechar lazos, todo propiciaba la convivencia y todo se hacía desde la más absoluta libertad. ¿Cómo es la vida en el Seminario, hay coincidencias?

Exteriormente puede parecer que haya muchas coincidencias. Sentí que la vida era muy similar en cuanto a las habitaciones, la comida en comunidad y otras experiencias como el compañerismo, las confidencias entre amigos, los debates sobre temas que nos parecen trascendentales y hasta las “pachangas” que jugamos a última hora del día en ambas instituciones.

Pero en realidad esto son sólo detalles. Se trata de sitios completamente diferentes, al Seminario se entra buscando algo muy concreto, que sólo se puede encontrar allí, mientras que colegios hay muchos con distintas características. El ritmo de vida es completamente distinto, el Seminario tiene una vida mucho más comunitaria y se fomenta el cuidado de los vínculos entre seminaristas, incluso más que entre colegiales. En el Seminario se comparte mucho más que la amistad, no todos tenemos que ser amigos, eso es un mito; es una vida de fe, con una misma intención y una misma meta, que no es otra que ser sacerdote para dedicar la vida a las personas que lo necesiten.

En el Seminario la oración marca la vida diaria. Tres veces al día hacemos oración en común. La obediencia es clave, comunicamos o pedimos permiso para casi todo. La pobreza todavía no es un precepto ni un voto, pero empezamos a vivirla. La castidad también es un principio que marca nuestra vida.

La norma hace que nos recojamos hacia las 11 de la noche, todos tenemos llave y podemos entrar y salir cuando lo consideremos. Antes los horarios eran más estrictos, pero ahora empezamos a ejercer la libertad desde nuestra entrada al Seminario.

Tú has vivido en el colegio y has tenido una vida plena, has sabido combinar estudio con juergas. Fiestas, deporte, noches de insomnio, juegos, ligues… No te privabas de nada, participabas en todo. En aquellos momentos, y hablamos por nosotros, pensábamos que disfrutábamos de una vida plena. Con el tiempo la vida se complica, ahora es otro momento y percibimos en ti una seguridad y una felicidad muy especiales. Es como si tu riqueza espiritual y ese objetivo tan claro de servicio a los demás, te dieran una fuerza adicional, te dieran alas.

El encuentro con Jesucristo me hace sentir muy afortunado, y tener un camino decidido y una misión en la vida me da plenitud. Uno no piensa en las dificultades, piensa en el objetivo y se puede llevar a cabo en cualquier lugar. Yo lo he sentido así estando en el Colegio Mayor, estando en el Seminario o en Etiopía. No hay un camino único, se trata de que la vida tenga un propósito, de dar sentido a la vida.

En el Seminario, y también en el Colegio, he conocido a gente con una vida muy plena, personas satisfechas y con una orientación clara, pero también a personas sin un rumbo determinado. Compañeros que tenían claro lo que querían hacer en la vida y por lo que iban a luchar y otros sin un propósito definido, en proceso, lo cual no es extraño ni malo, se hace camino al andar, que diría Machado. El problema de muchas personas es que ponen su corazón, su ilusión y su tiempo en cosas que no les llenan. El corazón hay que ponerlo en las personas, fundamentalmente en las personas más necesitadas.

Mi experiencia me dice que esta vida espiritual, y la paz interior que proporciona, ayudan a encontrar la serenidad, una felicidad más plena. Hemos venido a este mundo para sentir cierta paz, para sentirnos realizados, no para estar en conflictos internos o externos. En ese sentido el Seminario proporciona un ámbito que favorece el poder hallar una felicidad espiritual muy profunda, al fomentar el encuentro con Dios.

Cuando me preguntan por las renuncias que hacemos los seminaristas y los sacerdotes siempre pienso que un deportista de élite hace mayores esfuerzos y sacrificios en sus horarios, entrenamientos y dietas, que las que hacemos nosotros. Sin embargo, cuando consigue una meta, una medalla compensa toda su entrega. Lo mismo pasa con la familia, la maternidad y la paternidad son un reto, requieren entrega, sacrificio, vivir para otros. Es todo un reto que también conlleva grandes satisfacciones.

En mi caso, cuando yo tengo la oportunidad de ayudar a alguien me siento tremendamente feliz y recompensado. Recientemente mi padre ha estado enfermo y he podido pasar unos días en casa ayudando a mi madre a cuidarlo, y el hecho de haber podido devolverle un poco de lo que él me ha dado, no todo porque él me ha dado la vida, me ha hecho tremendamente feliz. Por eso creo que las renuncias también tienen un retorno en forma de satisfacción personal.

Esto nos recuerda una máxima que hemos oído desde pequeños, y que hemos hecho nuestra, que asegura que “la satisfacción que proporciona el esfuerzo pone en olvido la fatiga”. Y así es, cuando superas con éxito un examen te olvidas de las horas de estudio que ha conllevado, cuando realizas un trabajo, da igual que sea un informe, una operación, un balance, una limpieza, cualquier servicio, y obtienes el resultado perseguido, se olvidan de inmediato todas las penas que ha conllevado. Todo cobra sentido y hay satisfacción, te sientes útil. Sin esfuerzo, sin trabajo, no hay éxito. Y ya sabemos que sólo en el diccionario el éxito precede al trabajo.

Tú hablas con mucha emoción de tu estancia en Etiopía, un país con muchas necesidades, con muchas carencias, donde seguro que la vida no ha sido fácil. ¿Qué servicio te interesaría más, el sacerdocio o la misión?

Se da la circunstancia de que inicié mi vida de seminarista en un seminario misionero. Me podría haber tocado cualquier destino en el mundo. Cuando terminé mis estudios en Alemania, por circunstancias familiares y de formación, pensé que la mejor opción era entrar en el Seminario Conciliar en Madrid. Ahora llevo ya casi dos años aquí y estoy contento y satisfecho con la decisión de volver. Creo que sacerdocio y misión no son alternativas incompatibles, más bien al contrario: todo sacerdote tiene una misión concreta allí donde sea enviado. Si con misión nos referimos más concretamente a misión en países subdesarrollados o donde no existe el cristianismo, ciertamente siento con frecuencia la ilusión y las ganas de pasar un tiempo realizando estas labores; especialmente después de mi experiencia en Etiopía, es un camino que no descarto. En cualquier caso, siendo sacerdote diocesano en mi lugar de origen puedo pedir al obispo permiso para salir unos años a desempeñar una tarea misionera o evangelizadora. El tiempo y la providencia lo dirán. Me siento con disponibilidad plena a la Iglesia, allá donde me necesite. Yo siento que debemos estar allí donde somos necesarios, allí donde podemos prestar un servicio a las personas que lo necesitan. Es lo que hace que una vida sacrificada sea también una experiencia muy gratificante.

Estamos expectantes, y te confesamos que también deseosos, de asistir a tu primera misa pero, de momento, te vamos a confesar que nos impresionó mucho verte con alzacuellos en las fotos de la boda que hemos comentado.

Si, la boda fue un acontecimiento precioso. Hasta el último momento no supe si podría ir, pero al ser cerca de Madrid y coincidir que yo ya estaba en el Seminario, fue un placer poder acompañarles. Fue una celebración entrañable, era la primera boda del grupo de amigos y volvimos a reagruparnos todos. La boda fue muy emotiva y divertida. Yo me despedí cuando terminó la cena, en la idea de retirarme en el primer autobús, pero las presiones por parte de los antiguos colegas paulinos fueron insuperables y allí continué todavía un buen rato. La ocasión verdaderamente lo merecía.

Pronto vamos a celebrar la boda de otro gran amigo y yo ya he cursado el permiso. No podré oficiar la ceremonia, porque hasta que no sea diácono, más o menos en dos años, no puedo, pero estaré ayudando como acólito. La ayuda permite hacer alguna monición, a Javi le ofrecí el canto al final.

En cuanto a mí, creo que me ordenaré en Granada. La idea es hacer la formación de Teología en el Seminario de Madrid y cuando llegue el momento de la ordenación diaconal ir a Granada.

Hablando de bodas no podemos pasar por alto la mezcla de espectáculo y de acto social en que muchas se han convertido. Hay como una competitividad y pasamos de la nada al todo. Hoy las parejas o no se casan o, cuando lo hacen, la mayoría lo hace por todo lo alto. Muchas veces se tiene la sensación de que la ceremonia se realiza por el rito religioso pero sin comulgar conscientemente con el sacramento del matrimonio. Parece que el marco de una Iglesia da más solemnidad a la ceremonia. En todo caso el primer milagro, Jesús lo hizo en una boda, convirtiendo el agua en vino, así que al acto social siempre se le ha dado importancia.

Es este un tema muy complejo que se debate con frecuencia, tratando de encontrar un equilibrio con los contrayentes. A veces se palpa el espectáculo, se percibe que se cuida lo externo y lo secundario y no se está dando importancia al fondo. Pero pensamos que el hecho de que una pareja, con un proyecto vital tan importante, se acerque a la Iglesia, ya pone de manifiesto la existencia de un vínculo, de una llama que hay que avivar, aunque esté casi apagada. Tenemos que pensar que somos una Iglesia de acogida, que a nosotros nos corresponde hacer la mediación y es Dios el que hace el resto. Ante la enorme crisis matrimonial que se vive en Europa, la Iglesia debe ofrecer mejor formación a los novios y aprovechar cualquier ocasión propicia para dar a conocer la belleza del matrimonio y la familia cristiana.

Las cenas coloquio en el Colegio solían finalizar con un consejo del invitado a los asistentes. En este caso, qué te gustaría compartir de manera particular con nosotros sobre tu aprendizaje, qué orientaciones nos podrías dar para llevar una vida más coherente, más equilibrada.

No sé si puede servir de orientación, pero una conclusión a la que yo he llegado es que tenemos que huir de la dispersión. Siempre debemos estar en cuerpo y alma en lo que estamos haciendo. Nada es insignificante, cada momento tiene su sentido y hay que vivirlo a fondo. Con frecuencia nos perdemos el presente pensando en el futuro.

También he aprendido que no hay que tener miedo a enmendar errores, que existe la marcha atrás, que siempre se puede empezar de nuevo, que todo tiene arreglo. A veces hay que dar un paso hacia atrás para coger carrerilla, equivocarse no es un fracaso. Como nos dice San Agustín “errare humanum est, sed perseverare diabolicum”, errar es humano, perseverar en el error es diabólico. Hay que saber corregir o cambiar, a veces de forma radical.

Hablando de lo divino y de lo humano, nunca mejor dicho, seguiríamos compartiendo recuerdos, dudas e impresiones indefinidamente. Tenemos tantas vivencias y amigos en común, que este encuentro aviva en nosotros recuerdos y momentos muy especiales, aunque de todos no procede dejar huella aquí. Lo que sí tenemos que anotar es que se palpa que Isra está en armonía consigo mismo, que irradia paz y alegría.

Escuchándole se percibe que vive para dar, para actuar donde haya una necesidad, sin miedo a quedarse vacío. Dando encuentra sentido a la vida. Sabe, como nos decía la Madre Teresa de Calcuta, esa gran misionera de la caridad, que dar amor es el fruto de una decisión diaria, y siente que su fe y su entrega dan respuesta a sus más profundos anhelos.

Mientras la mayoría nos sentimos llenos de derechos y queremos que nos lo agradezcan todo, Isra es una persona agradecida de la vida y considera que los dones que ha recibido convierten su vida en tarea. En el fondo persigue la totalidad y en Dios encuentra el camino y la respuesta: dar para encontrar sentido a la vida.

La fe para Isra no es un adorno, es una parte integral de su personalidad, y se prepara sólidamente para ejercer su labor pastoral de manera solvente, siempre atento a la suerte de otros, dispuesto a estar allí donde pueda paliar las necesidades o el sufrimiento de los humildes. Y para ello se prepara, estudia, sabe que una formación sólida y una mirada culta le van a permitir abordar mejor sus desafíos. No le preocupa no pensar como todo el mundo, él encuentra su inspiración en el humanismo y la transcendencia, en la alegría de la fe y de la esperanza.

Y, como en un juego de espejos, por momentos nosotros nos vemos reflejados en los actuales criterios del mundo. El ajetreo diario, el trabajo, el ocio, los viajes, los compromisos, los derechos, las reclamaciones, la agitación permanente, la grandilocuencia de la propaganda. Todo tan alejado a veces del mundo interior, huyendo del silencio y quizás de nosotros mismos.

Tenemos que reconocer que este encuentro nos hace reflexionar, nos remueve, nos interpela, y nos invita a intensificar la responsabilidad con los demás, nuestro compromiso con la suerte de los otros, con el respeto, la libertad y la dignidad de todas las personas. Recurrimos aquí a la plegaria de la serenidad y pedimos a Dios que en nuestro camino nos dé valor para cambiar todo aquello que podamos cambiar, serenidad para aceptar lo que no se puede cambiar y sabiduría para distinguir entre una situación y otra.

Sabes que puedes contar con nosotros en esa búsqueda de la verdad, esa verdad que nos hará libres, según San Juan. Nosotros contamos contigo y, siguiendo la petición que siempre nos hace el Papa Francisco, te pedimos que reces por nosotros Isra. Nosotros rezamos por ti.