ENCUENTROS PAULINOS

Entrevista a Fernando Benzo

Por Aitor y Xabier Errasti Martínez de Antoñana

“El San Pablo es una escuela de vida, de contrastes y diversidad, que te enseña a hacer amigos y crear conexiones de por vida”

La pandemia que vivimos ha alterado nuestros planes y hábitos, lo invade todo y hace que nos sintamos amenazados y responsables a partes iguales. El cambio de vida, adaptándonos a situaciones en las que las distancias y el teletrabajo se han impuesto, con la pérdida de contacto social que ello conlleva, también ha supuesto que demos más valor a los escasos encuentros que podemos mantener.

Así que, tras un período sin encuentros paulinos, una vez adaptados a la cruda realidad, y gracias a la disposición de Fernando Benzo, decidimos reunirnos con este ilustre Paulino, y lo hacemos en el centro cultural Conde Duque. Nos recibe en los patios del edificio, en un entorno monumental y amable que, nos confiesa, le evoca el escenario de las aventuras de los mosqueteros de Dumas.

Pronto convenimos que hoy no vamos a hablar del coronavirus ni de sus dramáticas consecuencias. Hay demasiadas incógnitas sobre su origen y sobre su gestión como para aventurarnos en su análisis. No tenemos vocación de tertulianos y ya hay suficientes ocurrencias en el ambiente. Cuando todo pase y dispongamos de la perspectiva adecuada y de datos reales podremos teorizar y sacar conclusiones.

De la trayectoria profesional de Fernando Benzo merece la pena destacar que ha sido Subsecretario de Educación, Cultura y Deporte y Secretario de Estado de Cultura. También ha dirigido el estudio de Santiago Calatrava y la Fundación de Víctimas del Terrorismo. Ahora es Consejero Delegado de la empresa municipal Madrid Destino, dedicada a la gestión cultural y turística de la capital.

Junto a todo lo anterior, su vocación es la de ser escritor, actividad que practica desde muy joven. Es autor de obras como Los años felices, que obtuvo el Premio Castilla-La Mancha, Mary Lou y la vida cómoda, que obtuvo el Premio Kutxa-Ciudad de Irún, La traición de las sirenas, Después de la lluvia, galardonada con el Premio Ciudad de Majadahonda, Los náufragos de la Plaza Mayor, Nunca repetiré tu nombre y Las cenizas de la inocencia. En 2020 ha publicado, con la editorial Planeta, la que es por ahora su última novela, titulada Nunca fuimos héroes.

Iniciamos la conversación recordando a colegiales del Mayor, y nos confiesa con alegría que conoce a muchos de los paulinos a los que hemos entrevistado, como Javier López-Galiacho, con quien coincidió en el Colegio.

Fernando nació en Madrid y vivió su adolescencia en Galicia. Si hacemos caso a Ortega uno es de allí donde estudia el bachiller. ¿Te consideras gallego?

Nací en Madrid pero he vivido en Galicia y en Sevilla. Viví en La Coruña durante mi etapa de BUP y COU, de 1980 hasta 1983, que me fui a Madrid para estudiar la carrera, aunque mi familia seguía instalada en La Coruña.

Tengo un recuerdo magnífico de Galicia, donde conservo a muchos amigos, pero no soy gallego. Durante un tiempo llegué a considerarme sevillano, porque pasé mi infancia en Sevilla, pero llegó un momento en el que ya no tenía ningún vínculo con la ciudad y me resultaba extraño seguir diciendo que era sevillano. Recuerdo que llegué a La Coruña con acento andaluz, lo que hacía mucha gracia en el colegio, hasta el punto de que cuando en clase de Gallego había que leer algún texto, mis compañeros siempre pedían que fuera yo el lector.

Cuando volví a Madrid, al San Pablo, es cuando empecé a sentirme madrileño. Me entusiasma esta ciudad. Casi todas mis novelas están ambientadas en Madrid y, en cierto modo, la ciudad forma parte de sus historias. Ahora la conozco especialmente bien, porque la documentación que he llevado a cabo para preparar alguno de mis libros y para ambientarlo en sus épocas, me ha permitido aprender mucho de la historia de Madrid.

¿Cuál es la razón de que a tu vuelta a Madrid decidieras estudiar en el San Pablo y qué recuerdos destacarías de aquella época?

Mis amigos iban a la Universidad a Santiago, pero yo quería estudiar en ICADE o en el CEU y mis padres decidieron que viviría en un Colegio Mayor. Mi tío cura, Miguel Benzo, era el consiliario de la Asociación Católica de Propagandistas, así que la decisión era clara.

Yo entré en el San Pablo en 1983, el director del Colegio era Moncho Guerrero, un sacerdote con una mentalidad muy abierta y liberal. El San Pablo me ofreció la oportunidad de conocer a grandes personajes de la época. Moncho potenciaba mucho este tipo de eventos. Yo estaba en la comisión de las cenas culturales y recuerdo como algo muy especial cuando pedimos a Alaska que viniera a una cena con nosotros. Alaska accedió y fue una verdadera revolución, se apuntó todo el Colegio, pero como el aforo era limitado, hubo que sortear la asistencia y fui uno de los afortunados. Ahora es imposible imaginar lo que significaba entonces Alaska. Vestida de negro, con rastas, pintada de manera muy personal, era rompedora. Era la imagen de la modernidad, de la transgresión, de una nueva sociedad.

Nos metió a todos en el bolsillo, arrasó, era divertida e inteligente, todos quedamos prendados. Aún conservo el vídeo de aquel día y es muy divertido. Ahora mismo sería difícil explicar el impacto que alguien como ella tuvo en la sociedad de entonces.

Otra cena que recuerdo, por polémica, fue la de Jorge Verstrynge, entonces Secretario General de Alianza Popular, con Fraga como presidente. La cena fue bien, pero al día siguiente declaró en una entrevista, sin venir a cuento, algo así como “esto es como haber tenido que ir a una cena con niños pijos del San Pablo”. Nos quejamos en los medios de comunicación y tuvo que pedir disculpas.

Eso era el San Pablo: contrastes, diversidad. Para mí supuso un cambio de vida increíble. El San Pablo te ofrecía experiencias que te marcaban. Era una escuela de vida, yo hacía programas de radio y programaba en el cineclub, después he organizado muchos eventos en mi vida, y fue en el San Pablo donde empecé a aprender cómo se hace, cómo se recibe a un personaje, cómo se le trata, cómo se le despide.

Vivir en un Colegio mayor como el San Pablo no solo es un complemento de la carrera, sino que te enseña a vivir, a hacer amigos. No necesitabas salir del San Pablo para tenerlo todo y pasarlo fenomenal. Tenías una gran oferta cultural y de ocio. Había que hacer un esfuerzo por salir de sus muros y no dejar que el Colegio te abdujera. Recuerdo cosas muy divertidas, como cuando se empezaron a retransmitir las ceremonias de los Oscar en directo y nos quedábamos un grupo enorme a verlo, defendiendo cada uno a sus favoritos. O cuando los colegiales casi en pleno llenaban la sala de televisión para ver la serie Falcon Crest y los pocos que no la veíamos no conseguíamos ni encontrar compañeros para jugar un mus. Visto con perspectiva, incluso las novatadas, si son sensatas y con sentido del humor, te enseñan a relacionarte, a reaccionar, a aguantar, a adaptarte a la realidad.

Y algo muy importante, el Colegio crea conexiones de por vida, evoca tales recuerdos que hacen que la afinidad con otro paulino aflore de inmediato. Recuerdo una reunión profesional muy tensa en la que, cuando casi todo estaba echado a perder, descubrimos dos de los presentes que éramos paulinos, aunque de distintas épocas, y eso bastó para que cambiara de inmediato el tono de la reunión y todo fuese bien a partir de ese momento.

Uno guarda siempre un sentimiento muy especial hacia el Colegio. Yo he participado en muchos actos en mi vida, pero no exagero si te digo que uno de los que más ilusión me ha hecho ha sido inaugurar el curso académico en el San Pablo en 2012. Volver al Colegio como invitado a inaugurar el curso fue muy emocionante.

A nosotros de Fernando Benzo nos llama poderosamente la atención su perfil literario. Le reconocemos su valentía por la publicación de su último libro, Nunca fuimos héroes, una novela policiaca con ETA como trasfondo, en la que en ningún momento se mencionan sus siglas. Nos confiesa que es un recurso casi subliminal con el que pretende evitar cualquier empatía entre el lector y la banda terrorista, quitándole esa identidad y haciendo una concesión al lenguaje policial, hablando a lo largo de toda la novela de “los malos”, que es como los denominaban los policías.

Con aplomo y pesadumbre nos va relatando cómo se fue gestando la obra y cómo fueron su experiencia y sufrimiento sobre los hechos de los que trata.

Hace 20 años escribí a medias con un compañero un ensayo acerca de la lucha contra el terrorismo, pero entonces no se hablaba de este tema con tanta libertad. Tras haberlo escrito, por toda una serie de razones, decidimos no publicarlo. Me quedé con una espina clavada, estaba convencido de que había que contar la historia y 20 años después decidí retomar el asunto en una novela.

No se trata de un ensayo, es una obra de ficción, con la libertad que este género ofrece, en la que un porcentaje elevado de lo que se cuenta es real. Por supuesto que contiene licencias literarias pero los hechos históricos que se narran son fieles a la realidad.

Para nosotros el proceso creativo es un misterio. Unos autores hablan de inspiración y otros de trabajo. Picasso decía que la inspiración existe, pero que te tiene que pillar trabajando. Tú partiste de un ensayo y te basas en hechos y en personajes reales que conviven con ficticios. ¿Tienes un plan establecido o te van saliendo hechos y personajes a medida que escribes?

Tú no puedes ponerte a escribir y que salga la historia. Debes tener primero un guión, una estructura de lo que deseas contar. Precisamente ahora estoy trabajando en esa estructura, no de mi próxima novela, que se publicará en mayo, sino de la siguiente. Y no tengo un guión, tengo docenas. Todo lo voy construyendo poco a poco. Cuando ya me pongo a escribir sé lo que voy a contar en cada capítulo, la duración aproximada de la historia y, en general, todos sus elementos esenciales.

Hay escritores que dicen que escribiendo les surgen nuevas historias que van incorporando a la inicial. Puede haber excepciones, pero a mí esa manera de escribir me rompería el ritmo de la novela. Yo establezco un ritmo y trato de respetarlo. Por supuesto, siempre cabe la posibilidad de que aparezcan nuevas ideas durante el proceso de escritura, pero ese esqueleto inicial, al menos, suelo respetarlo siempre.

En mis historias, el ritmo, el tono o los saltos temporales ya están pensados de antemano. En Nunca fuimos héroes en concreto, la estructura temporal es muy compleja, me habría resultado imposible improvisarla sin perder, por así decirlo, el control de la historia.

Nos habla de la importancia de la estructura temporal y surgen ejemplos de las primeras novelas de Vargas Llosa, Conversación en la Catedral, La Casa Verde, o La Ciudad y los Perros, en las que inicialmente el orden parece caótico, pero poco a poco todos los tiempos van encajando. Suponemos que es una técnica muy meditada

Como digo, cuando inicio la escritura, tengo ya una estructura bastante definida de la historia a la que suelo mantenerme fiel. Pero también es cierto que mientras la vas escribiendo los personajes cobran vida y el autor tiene que ir adaptándose a ellos.

Os pongo un ejemplo. En Nunca fuimos héroes hay un personaje secundario, un policía jubilado que vive en una residencia de ancianos. En mi planteamiento inicial tenía escasa trascendencia en la historia, pero luego empezó a crecer como personaje y poco a poco fue adquiriendo más protagonismo. Unas veces el autor lleva al personaje y otras es el personaje el que conduce al autor.

La imagen del escritor sentado en su sillón al que le visitan las musas está idealizada, nada acude a ti sin mucho trabajo y horas de dedicación.

Creatividad, talento y disciplina son condiciones de todo buen escritor, y aunque se dice que casi todos disponemos de creatividad y de talento, es la disciplina la cualidad que escasea.

“Que otros se jacten de las páginas que han escrito; a mí me enorgullecen las que he leído”, decía Borges al inicio de su poema Un lector. Pensamos que todo escritor tiene que ser además buen lector, ¿Cuál es tu caso?

Sí, disfruto mucho de la lectura. Borges también decía que llega un momento en que publicas los libros para dejar de corregirlos, y a mí también me pasa. Corrijo mucho, permanentemente. Llega un momento en el que tienes que poner distancia con el libro. Y, una vez publicado, no vuelvo a leerlo. No disfruto nada leyéndome a mí mismo.

En tu historia se da por supuesto que los terroristas de diferentes países y ámbitos tienen contactos entre ellos, y que a veces se cruzan y se amplían sus intereses. ¿Deduces eso de los trabajos de investigación que has realizado o es una intuición o licencia literaria?

Hay de todo, las FARC colombianas han traficado con droga como medio de financiación, eso es indiscutible. ETA tuvo vínculos con las FARC, y los años 80 fueron una época en la que en el País Vasco había mucha droga. Los hechos son que hay más de 30 atentados de la banda relacionados con el narcotráfico. ETA mantiene que su objetivo era defender a la juventud vasca de la droga. Pero más bien parece que esos crímenes formaban parte de los propios intereses de la banda en el mundo del narcotráfico.

Escuchándote se podría pensar que tu libro quiere, de alguna manera, dejar constancia de una negra página de la historia en la que, como en todas, también hay luces. En la que conviven el horror con la grandeza, el dolor con el amor, el sufrimiento y la gloria. ¿Lo escribiste con un objetivo especial?

Con el libro tengo dos propósitos. Primero, rendir un homenaje a los policías que dedicaron su vida a la lucha contra el terrorismo. Se dejaban la vida, a veces literalmente, para protegernos a todos. Y, segundo, contribuir al relato que de esa época y de aquellos hechos se está haciendo. Patria abrió un camino para escribir sobre estos temas, acabó con muchos tabús y ahora otros seguimos ese camino.

Si esto fuera EEUU habría cientos de novelas policíacas sobre ETA. Cuando en enero de 2020 salió mi libro, se había escrito poco y no había las series sobre el tema que hay ahora. Es verdad que cada vez hay más y creo que eso es algo muy positivo. Ya el estreno de la película Ocho apellidos vascos me pareció un avance en ese sentido. Hay que saber reírse de uno mismo, y poder hacer bromas con esos arquetipos es un paso adelante.

Está claro que si escribes sobre ETA y el terrorismo no va a gustar a todos, eso es imposible, y ya lo he notado en algunas reseñas de mi novela, en las que a veces he visto más un sesgo político que propiamente literario. La realidad es la que es, y ahí está el hecho de que en Hernani no hayan dejado grabar escenas de la serie de Patria.

Trato de ser objetivo, no eludo temas complicados. “Los buenos” no lo hacen todo bien, de hecho, se recogen cosas malas, pero lo que sí queda claro es que “los buenos” son buenos y “los malos” son malos.

De la literatura pasamos al cine. Ya hemos visto que tu afición por el cine es temprana y hemos leído que eres amigo de Luis Alberto de Cuenca. A nosotros también nos gusta el cine y los libros sobre cine, los hay magníficos. Algunos los hemos descubierto precisamente gracias al programa radiofónico Cowboys de medianoche. ¿Qué opinas del cine hoy en día?

Luis Alberto fue Secretario de Estado de Cultura, como yo, y presidente de la Biblioteca Nacional a propuesta mía. Aunque no fue mi antecesor inmediato en la Secretaría, a raíz de esa circunstancia comenzamos a coincidir y a tener trato. Tenemos una excelente relación personal que nos lleva a vernos periódicamente. Solemos reunirnos con Loquillo, que es una persona muy interesante y que, como sabéis, pone música a poemas de Luis Alberto.

En cuanto al cine todo ha cambiado mucho. En mi época de colegial el cine era un producto muy accesible. Todos los domingos teníamos cine en los Colegios Mayores, era difícil no aficionarse. Yo iba al cine tres o cuatro veces por semana. Para la novela que estoy escribiendo ahora, he repasado los estrenos de cine de mediados de los 80 y la lista es interminable y con una calidad impresionante.

De aquella época son películas como Platoon o La misión, por ejemplo. Se hacía un cine que ahora lo vuelves a ver y sigue dejándote una huella imborrable.

En este momento las series han cobrado gran protagonismo, algunas son verdaderas obras de arte. Hay producciones como Mandalorian, la serie de Star Wars, que son espectaculares y que en los formatos actuales, de siete u ocho capítulos de cuarenta y cinco minutos cada uno, se adaptan mucho mejor a nuestra forma y ritmo de vida.

Se está produciendo una transformación profunda, que espero que lleve a una redefinición de la experiencia de ir al cine, pero no a su desaparición.

Tu última novela bien podría dar pie a una película. Incluso podemos imaginar a Garci convirtiendo a Gabo en una nueva versión de Germán Areta, tipo duro con fondo noble, en este caso luchando contra los malos.

Pues tengo que reconocer que me encantaría. Creo que no soy vanidoso en ningún aspecto de mi vida, pero me encanta que a la gente le guste lo que escribo. Un escritor recibe menos reconocimiento del público que otros artistas, como los músicos o los actores, a los que, como dice Javier Gomá, se les aplaude antes incluso de iniciar la actuación.

Para la experiencia de ser escritor vienen bien las redes sociales, se interactúa más, aunque tengo que reconocer que yo no soy muy activo. La editorial me propuso tener una cuenta de Instagram y ser participativo, y mantengo cierta interacción con los lectores. Durante la pandemia he descubierto twitter por pura diversión y lo considero un mundo muy complejo. Hay gracia e ingenio, pero conviven con una gran agresividad y una extrema polarización. Procuro escribir muy poco, solo temas relacionados con la cultura.

Háblanos de tu vinculación con el mundo taurino. ¿Cómo surge y cómo vives la situación actual que atraviesa?

Mis inicios laborales como funcionario de la Administración Civil del Estado fueron en el Ministerio de Justicia y a continuación en el Ministerio del Interior, en temas de terrorismo. Cuando me nombraron Secretario General del Ministerio, entre mis competencias directas estaba la tauromaquia. Casualmente, cuando más adelante fui Subsecretario de Cultura, los asuntos taurinos habían pasado a este Ministerio, parecía que me iban siguiendo.

Cuando la competencia estaba en el Ministerio del Interior la Fiesta empezó a estar perseguida y a mí me correspondía defenderla. Cuando fui al Ministerio de Cultura la persecución había llegado a tal punto que, tras la prohibición de los toros en Cataluña, aprobamos la Ley 18/2013, regulando la tauromaquia como patrimonio cultural, digno de protección en todo el territorio nacional, junto con un plan de fomento de la tauromaquia y la activación de la Comisión Nacional de Asuntos Taurinos.

A mí lo que me importa es la libertad, y estoy plenamente convencido de que la fiesta de los toros es cultura, forma parte de nuestra identidad cultural, al margen del respeto hacia quienes no les gusta o incluso les produce rechazo. Su ataque me hace militante no ya tanto en la defensa de la tauromaquia en concreto como de la libertad en la cultura. Más que taurino soy un defensor de valores como la libertad y el respeto.

Tu carrera profesional está muy vinculada con los Ministerios del Interior y de Cultura, conoces bien la Administración y seguro que hay aspectos interesantes que puedas destacar del servicio público y de lo que ha supuesto para ti.

En el Ministerio del Interior coincidí con una persona clave en mi trayectoria, Jaime Mayor Oreja. Fue una época muy dura en la que se hizo una gran labor para acabar con el terrorismo. Y Mayor Oreja fue fundamental para que años después llegara el final de la banda terrorista. Cuando él deja el cargo de Ministro del Interior, el 27 de febrero de 2001, la banda estaba ya moribunda.

Un punto de inflexión fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco. Fue una muerte anunciada tan cruel que movilizó a todo el país. Hubo una demanda social para que no le mataran, una convicción social de que no podían hacer algo tan brutal y mezquino y, sin embargo, lo hicieron, lo que también originó que la sociedad se rebelara.

Jaime Mayor Oreja estaba convencido de que se podía acabar con ETA. No todos pensaban así, muchos se habían resignado a aceptar que era un imposible, que como mucho se podía llegar a lo que algunos llamaban el empate infinito. Jaime abandonó cualquier complejo, dio pasos que nadie se había atrevido a dar anteriormente. Ofreció un respaldo sin fisuras a las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad para dejarlas trabajar sin injerencias políticas. Consiguió un gran apoyo internacional, creció enormemente el rechazo social y dejó así a ETA en estado terminal. Y todo por los cauces legales, por supuesto.

Considero que no se ha reconocido suficientemente el papel que desempeñó y el mérito que tuvo.

En el Ministerio del Interior, después de ser asesor de Jaime, me nombraron Jefe de Gabinete de Ricardo Martí Fluxá, Secretario de Estado de Seguridad, y posteriormente fui Secretario General Técnico. Sin duda son los años profesionales más apasionantes de mi carrera. También los más duros, pero era muy joven y aprendí una barbaridad.

Cuando dejé el Ministerio estuve en la Fundación de Víctimas del Terrorismo. La Fundación se creó en el marco del Acuerdo Antiterrorista PP-PSOE, por lo que seguí vinculado, desde otra perspectiva, al drama del terrorismo.

Fui nombrado Subsecretario de Educación, Cultura y Deporte con el Ministro Wert. Con el Ministro Iñigo Méndez de Vigo fui Secretario de Estado de Cultura, justo hasta la moción de censura, que hizo que de un día para otro dejáramos el Ministerio.

Los años en Cultura han sido de una intensidad enorme, pero siempre apasionantes. En el equipo de ese Gobierno había un conocimiento de la Administración, un saber jurídico, un respeto institucional y un compromiso y sensatez admirables. Formar parte de él requería mucha dedicación para estar a la altura.

Tras la moción llegué al Ayuntamiento de Madrid, como Consejero Delegado de Madrid Destino, la empresa pública que lleva la gestión de los centros culturales del Ayuntamiento.

A mí siempre me ha interesado y atraído más la gestión pública que la política. Creo que tengo una vocación de servicio público muy clara. Puedo deciros que he disfrutado mucho en todos mis trabajos en la Administración, con la sensación de que podías hacer cosas que redundaran en beneficio de todos.

Con esta trayectoria tan institucional y tan variada nos gustaría saber de dónde viene tu vena de escritor. ¿Te presentas como escritor? ¿te sientes escritor?

Pues lo cierto es que yo llevo escribiendo toda mi vida. Mi clara vocación desde pequeño era la de ser escritor.

Mi primer premio de novela lo gané a los 23 años, cuando vivía en el San Pablo, con una novela que estaba inspirada en el Colegio Mayor. Ahora la recuerdo y no me gusta especialmente, pero me sirvió para ganar autoestima para seguir escribiendo. Yo era consciente de que de escritor era demasiado complicado vivir, así que estudié la carrera de Derecho. Hasta 2017 escribí seis novelas, de las cuales se publicaron cinco. Las presentaba al circuito de premios literarios que había entonces y gané alguno, lo que me permitió publicarlas.

Nunca fuimos héroes | Fernando Benzo | 2020 | Planeta | 416 págs.

Cuando tuve un poco de desahogo laboral, me embarqué en una nueva novela, Las cenizas de la inocencia, con la que ya tuve el apoyo de una editorial potente, como es Plaza y Janés. Luego, ya con Planeta, en 2020 publiqué Nunca fuimos héroes, lo que ha sido una experiencia muy gratificante. En mayo sacaré otra novela con Planeta.

Desde que he escrito estas últimas novelas me siento de verdad escritor. Antes decía que escribía, pero sentía pudor para decir que era escritor.

Sigo escribiendo. Tengo que hacer malabarismos con el tiempo, pero pienso que cuando hay una gran motivación y un propósito, todo es posible. La literatura es ahora mi motor.

La vida en la Administración me ha proporcionado grandes momentos. También he tenido momentos peores, como esa experiencia que suelen contarte y que es bastante real de que cuando sales de un cargo el teléfono deja de sonar y confirmas que muchas relaciones que tenías sólo lo eran por la posición que ocupabas. En cualquier caso, todas esas experiencias han sido muy enriquecedoras y, de alguna manera, me llevan también a estar más preparado que nunca para escribir.

Esa trayectoria y esas experiencias profesionales te han permitido un acercamiento privilegiado con la cultura, con todo tipo de expresiones artísticas. Hay un debate interesante sobre los límites del consumo de ocio cultural, sobre la cultura como espectáculo o como entretenimiento. Sandra Ollo, la editora de Acantilado, distingue rotundamente cultura de entretenimiento. Atribuye a la cultura la facultad de cambiar la vida o de indicar el camino. Entiende que la cultura es alimento mientras que el entretenimiento tiene más que ver con matar el hambre. ¿Qué nos puedes aportar al respecto?

A mí no me gusta contraponer cultura y entretenimiento. No creo que ambos conceptos estén reñidos sino, muy al contrario, muy unidos. Diferente es lo que le inspire a cada uno o lo que cada uno interpreta ante cualquier manifestación cultural. Para mí la cultura ha de ser entretenida, en un sentido muy amplio de la palabra, y su objetivo esencial es provocar sentimientos. Cualquier manifestación cultural ha de ser capaz de emocionar, es indiferente que sea un libro, una pintura, una escultura, un mueble, un traje o un montaje teatral, es indiferente la expresión. Lo importante es que cause en ti un efecto, te haga vibrar, llorar, estar melancólico, arrancarte una sonrisa, pero has de disfrutarla de alguna manera. Ese es el concepto de ‘entretener’ al que me refiero. Lo peor que puede ocurrir con cualquier expresión cultural es que solo inspire indiferencia.

Ahora bien, la cultura tiene mucho de subjetividad. Thomas Mann decía que “tiene calidad artística exclusivamente aquello que te inspira simpatía”. Es decir, si a ti un vaso puesto de una manera concreta te sugiere una especial percepción del espacio o que tiene un tratamiento artístico inspirador, para ti ya es arte. Otra persona puede considerar que es un vaso de lado, pero tú ahí sientes arte. No tenemos que pensar todos lo mismo. No nos provocará la misma emoción, pero evoca sentimientos. Provocando disfrute produce entretenimiento, y ahí está la clave. No podemos rechazar aquello que no entendemos. Tenemos que aceptarlo, aunque a nosotros no nos evoque nada o incluso nos produzca rechazo.

En este momento de pandemia, el arte, las exposiciones, el cine, el teatro, los conciertos, todo lo que conlleva actos sociales está amenazado. ¿Consideras que es el momento de que, al igual que en otros sectores, el apoyo público sea imprescindible para que el sector sobreviva?

El entorno cultural, cualquier espectáculo – los cines, teatros, conciertos, museos – está sufriendo especialmente. Ahora bien, más allá de la pandemia, existe un tejido cultural muy sólido, al que hay que ayudar frente a estas adversidades. En España hay inquietud cultural e, incluso en este momento tan difícil, cuando se programan actividades culturales la respuesta es muy positiva.

En todo caso la cultura requiere colaboración pública. No hay nada malo en ello siempre y cuando se utilicen criterios objetivos y alejados del sectarismo. El acceso de los ciudadanos a la cultura es un derecho constitucional y no hay que tener reparos ni complejos para apoyarla e impulsarla con dinero público. El criterio para difundir la cultura no puede ser comercial, hay productos muy comerciales que hacen flaco favor a la cultura, y sin embargo hay otros mucho menos populares de los que no podemos prescindir. Por supuesto que desde lo público se debe apoyar a la cultura más allá de meros criterios mercantiles.

Además de la lectura y la escritura, que ya ha quedado claro que te apasionan, ¿en qué otras aficiones o deleites culturales pones tu mirada y tu tiempo?

Me gustan la música, la literatura y el cine, pero cuando he tenido responsabilidad en estas áreas, he tratado de apoyar e impulsar todas las expresiones culturales. El dinero es limitado, ya lo sabemos, pero mi criterio es que la cultura humaniza y hay que apoyarla. Hoy, echo la vista atrás y me doy cuenta, con verdadero placer, de que esas responsabilidades que he ocupado me han ofrecido oportunidades culturales muy valiosas. Os pongo un ejemplo un poco sorprendente: el descubrimiento de la Zarzuela. Yo antes no conocía, ni creo que muchos españoles sean conscientes del valor, el fondo y la importancia que tiene la Zarzuela. Según algunas investigaciones, fue Calderón de la Barca el primer dramaturgo que utilizó este término en 1657 para calificar su obra El golfo de las sirenas. Es un género musical francamente apasionante que hay que poner en valor.

En el cine, como ya ha quedado dicho, me gusta prácticamente todo. Hay películas que no se pueden olvidar, algunas han marcado mi vida y las vuelvo a ver periódicamente, ya sean las viejas comedias de Cary Grant o Katharine Hepburn, los hermanos Marx, las películas de Hitchcock o sagas como la de El Padrino.

En música me inclino por el jazz y el rock. Soy beatlemaníaco y seguidor de Bruce Springsteen, pero también soy muy seguidor de la música española.

En literatura procuro leer de todo, en este momento especialmente novela actual española. Me interesa conocer lo que se está escribiendo ahora. Acabo de leer un libro de Enrique Llamas, titulado Todos estábamos vivos, sobre la movida madrileña, que me ha parecido excelente.

Como escritor, y aunque ya nos has adelantado algunas preferencias, nos gustaría que nos indicaras algunas lecturas para ti imprescindibles, con ellas vamos haciendo una biblioteca de ilustres paulinos que, seguro que nos ayudan a orientar nuestras lecturas y atinar en su elección.

Os menciono libros que acabo de leer. Un relato magnífico me parece La Tregua, de Mario Benedetti, un pequeño gran libro, tierno, lúcido y emotivo, que me maravilló. También Stoner, de John Williams, considerada por algunos una novela perfecta. Es un relato intimista, transformador y bellamente escrito.

Aparte de esas lecturas recientes, están por supuesto mis autores de siempre. García Márquez, Eduardo Mendoza, Juan Marsé…

Con Fernando Benzo nos hemos acercado un poco más al ámbito de la escritura. Su vocación de escritor es temprana, y su empeño y perseverancia han resultado determinantes para, compatibilizando la escritura con puestos de gran responsabilidad, ir exprimiendo el tiempo y destilando su experiencia y vivencias profesionales, de forma que lo vivido, lo visto y oído lo hace literatura.

Y es que, “quien tiene un porqué siempre encuentra un cómo”, decía Nietzsche. Y Fernando reconoce que entre sus anhelos siempre ha estado poder contar historias. En su caso, la creatividad, el talento y la disciplina son inseparables. Experiencias vitales muy interesantes, valentía para abordar retos comprometidos, voluntad para ir contra corriente cuando considera que las libertades están amenazadas, y trabajo, mucho trabajo, son los ingredientes que han permitido a Fernando convertir sus vivencias y sus fantasías en literatura. Y ya se sabe que cuando conviertes tu fantasía en una realidad estás contribuyendo al progreso.

“Labor omnia vincit”, reza la famosa frase del poeta romano Virgilio. En estos momentos tan complicados pensamos que para salir adelante emocional y materialmente resulta imprescindible tenerla presente y ponerla en práctica. Hay mucho que hacer y que deshacer, que pensar y que repensar, y al igual que Fernando hace de su sueño una realidad y sigue trabajando y soñando ininterrumpidamente, todos nosotros estamos llamados a cultivar la actitud adecuada que contribuya a crear un entorno más amable y solidario.

“La actitud es una insignificancia que marca la diferencia”, decía Churchill. Así que con la mejor actitud nos despedimos. Eso sí, para cuando recobremos la libertad quedamos emplazados en Vitoria-Gasteiz, nuestra ciudad, recientemente elegida como uno de los mejores destinos por la revista National Geographic y donde estaremos encantados de recibirle.

Nos confiesa haberla recorrido a través de las novelas de Eva García Sáenz de Urturi, donde ambienta su trilogía de La ciudad blanca, también llevada al cine. Una vez más la literatura y el cine son una invitación a recorrer las estancias más íntimas.

Las cenizas de la inocencia | Fernando Benzo | 2019 | Plaza & Janés | 320 págs.